“¡Me caso contigo si bailas este tango!”, se burló el millonario — pero ella era profesional…

Mi corazón se aceleró solo de pensarlo. Yo no sé si pueda. ¿Por qué no? ¿Por qué ha pasado tanto tiempo? Porque quizá ya no soy lo suficientemente bueno. ¿Por qué? porque tiene miedo. Sí, Valentina me tomó las manos. Hace tr días aceptaste bailar tango conmigo delante de 200 personas y fue extraordinario. Fue solo un baile. No fue solo un baile. Eras tú volviendo a ser quien siempre fuiste. Nos sentamos en silencio un momento, sintiendo la cálida brisa de la noche porteña.

Del apartamento vecino sonaba suavemente una canción que me conmovió profundamente y Remember You de Tom Led. La melodía parecía perfecta para ese momento. una suave banda sonora para mi liberación. Santiago dijo finalmente, intentando gracias. ¿Para qué? Por ayudarme a recordar quién soy, por no rendirme cuando yo mismo me había dado por vencido. Se acercó y tomó mi rostro entre sus manos. Valentina, ¿puedo decirte algo? Por supuesto. Aquella primera noche cuando te hice aquella ridícula propuesta de casarme contigo si bailabas tango, mi corazón se aceleró.

Fue una broma, lo sé. No lo fue, dijo mirándome directamente a los ojos. No del todo. Algo en ti me conmovió desde el primer momento. Y ahora, ahora sé exactamente qué tu fuerza, tu valentía, la forma en que iluminas todo a tu alrededor sin darte cuenta. Sentí nuevamente lágrimas ardiendo en mis ojos, pero eran buenas lágrimas. Santiago se inclinó y me besó. Un besove, lleno de promesas y posibilidades. Un beso que selló no solo nuestros sentimientos, sino también mi regreso a la vida.

Cuando nos despedimos, sonreí. Una sonrisa verdadera que surgió de lo más profundo de mi alma. ¿Sabes lo que quiero hacer mañana?, dijo. ¿Qué? Quiero ir al teatro Colón. Quiero volver a subirme a ese escenario. Solo no sonreí tomándole la mano contigo. Y en ese momento, con Buenos Aires brillando a nuestro alrededor y la suave música resonando en la noche, supe que por fin había vuelto a casa. A mi vida, a mí mismo. El pasado ya no me dominaba, el futuro estaba lleno de posibilidades y por primera vez en dos años no tenía miedo de ninguno de ellos.

Una semana después volví a la puerta del teatro Colón, esta vez no como empleado, sino como visitante. Santiago me tomó de la mano mientras subíamos las escaleras de mármol, que antes me eran tan familiares como las de mi casa. El teatro estaba vacío a esa hora de la mañana, a excepción de algunos empleados de limpieza y un guardia de seguridad que nos reconocieron. “Señora Morales”, dijo sorprendido. “Qué gusto volver a verla.” Gracias, Roberto. Me enteré de lo que le pasó al Señor Santa María.

Todos aquí estamos contentos de que por fin se haya hecho justicia. Recorrimos los pasillos que me sabía de memoria. Todo parecía más pequeño que en mis recuerdos, los espejos, los estudios, incluso el escenario principal. “Es extraño estar aquí”, le dijo a Santiago. “Durante dos años este lugar ha sido una pesadilla para mí. Ahora es solo un teatro. Un teatro donde fuiste feliz durante muchos años, recordó. Y la verdad, subimos al escenario principal. El telón estaba abierto y el público vacío se extendía ante nosotros como un mar de posibilidades.

Me quité los zapatos y caminé descalzo por el suelo de madera pulida. Extrañaba esto, murmuré. Desde el escenario, la sensación de estar en casa. Santiago sonrió y sacó su celular del bolsillo. ¿Puedo poner algo de música aquí? ¿Por qué no? Eligió un tango clásico, libertango de tiaoya. La música resonó en las paredes del teatro, llenando el espacio vacío de vida y posibilidades. “Baila conmigo”, dijo extendiendo la mano. Santiago, baila conmigo, no por obligación ni para demostrarle nada a nadie.

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