—Mamá, cena aquí esta tarde. Llegaré temprano a casa. —Sonreí, reconfortada por la alegre voz de mi hija, sin imaginar que ese mismo día me cambiaría el mundo.

Pero llorar no cambiaría nada. Me sequé las lágrimas, respiré hondo y cogí el teléfono. En silencio, llamé a la policía:

“Sospecho que mi yerno es de fraude y robo a la propiedad”.

Tres horas después, cuando Rafael y la mujer regresaron, la policía los estaba esperando. Maricel llegó a casa y se quedó paralizada, impactada al ver a su esposo esposado. Rafael forcejeó:

“¡Mamá! ¿Por qué me haces esto?”

Respondí con frialdad:

“Si no hiciste nada malo, ¿por qué temer las consecuencias?”

Maricel se derrumbó en lágrimas. Vi su devastación.

Esa noche, le conté todo. Ella escuchó en silencio, sollozando:

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