“No quiero que mi suegra aparezca de repente. Viene muy a menudo”, respondió la amante de Rafael.
Contuve la respiración, mientras un sudor frío me inundaba. Sus risas se mezclaban con susurros, torturándome, pero entonces una frase de la mujer me detuvo el corazón:
“¿Y el terreno a nombre de tu marido? Prometiste divorciarte de él y traspasármelo”.
Escuché cada palabra.
Rafael respondió:
“Estoy pensando. Espera a que Maricel consiga el dinero de los ahorros de su madre. Una vez que lo tenga, podré pagar mis deudas y luego nos iremos. ¿Entendido?”
Se me heló la sangre. Su objetivo eran los ahorros de toda mi vida: ¡ochocientos mil pesos que había planeado darle a Maricel como capital!
Quería salir corriendo, pero no me movían las piernas.