—Mamá, cena aquí esta tarde. Llegaré temprano a casa. —Sonreí, reconfortada por la alegre voz de mi hija, sin imaginar que ese mismo día me cambiaría el mundo.

Sonreí al oír su alegre voz, sintiéndome aliviada. ¿Quién hubiera imaginado que ese día me pondría el mundo patas arriba?

Llegué sobre las diez, limpié y preparé sinigang y pescado frito para el almuerzo. Mientras fregaba la sala, me quedé paralizada al oír que se abría la puerta. Se suponía que Maricel estaría trabajando.

Era Rafael. Llevaba traje, pero tenía la camisa desabrochada y había algo inusual en su expresión. Estaba a punto de saludarlo cuando lo oí hablar por teléfono. Sentí un escalofrío. Instintivamente, retrocedí hasta el armario del dormitorio y cerré la puerta en silencio, con el corazón latiéndome con fuerza.

Menos de cinco minutos después, unos tacones resonaron en el pasillo. La voz de una joven rió entre dientes:

“¿De qué tienes miedo? ¿Dónde está tu marido?”

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