Lucía se mantuvo firme bloqueando el paso. No se la va a llevar, dijo mirándolo de frente. Ya llamé a la policía y ella se quedará aquí hasta que lleguen los responsables. Rogelio entrecerró los ojos inclinándose lo suficiente para que solo Lucía lo oyera. No sabes con quién te estás metiendo, maestra. Te vas a arrepentir. Desde el pasillo, el ruido de un radio policial cortó la tensión. Pasos apresurados se acercaron y alguien tocó dos veces la puerta. La perilla empezó a girar.
Dos policías uniformados entraron al salón evaluando rápido la escena. La niña escondida detrás del escritorio, la maestra firme frente a ella, la directora pálida al lado y Rogelio con el seño fruncido. Buenas tardes. Recibimos una llamada sobre una posible situación de riesgo con una alumna, dijo el oficial al frente con voz firme. Rogelio levantó la barbilla y habló rápido, queriendo dominar la escena. Esto es un absurdo. Soy el abuelo de la niña. Vine a recogerla como siempre.
Esta maestra está inventando cosas y no me deja llevar a mi nieta. Carmen se apresuró a confirmar, nerviosa. Sí, oficiales. El señor Rogelio suele venir por ella. Tal vez fue un malentendido. Lucía siguió firme frente a la niña, la voz segura, aunque el corazón le latía fuerte. No hubo malentendido. La alumna me buscó y me contó cosas muy graves sobre el abuelo. Pedí ayuda porque no podía arriesgarme. Los dos policías se miraron un instante. El más joven se acercó a Mariana.
Se agachó a su altura. Hola, pequeña. ¿Cómo estás? ¿Puedes decirme si quieres irte con tu abuelo ahora? Mariana movió la cabeza con fuerza, con lágrimas rodando. No quiero ir. No quiero. La respuesta retumbó en el salón. Rogelio trató de sonreír, pero la rabia se le notaba en el rostro. Los niños dicen cosas cuando están asustados. Esto es influencia de la maestra Rosa. La mamá me confía a la niña todos los días. Pregúntenle a ella. Dijo Rogelio. El policía se levantó.
Eso mismo vamos a hacer. Vamos a contactar de inmediato a los papás. Mientras tanto, la niña no se va con nadie. Rogelio abrió los brazos indignado. Pero esto es un insulto. Me van a tratar como criminal delante de mi nieta. Don Rogelio contestó el agente mayor, tranquilo pero firme, hasta que todo se aclare, la prioridad es la seguridad de la menor. Lucía respiró aliviada por primera vez, pero no bajó la guardia. Rogelio le lanzó una mirada pesada como prometiendo venganza.
En la entrada de la escuela, la escena llamó la atención de padres y trabajadores que aún estaban ahí. Rogelio caminaba escoltado por los policías gesticulando, mientras la directora Carmen intentaba defenderlo. Mariana se aferraba a la mano de la maestra con los ojos rojos de tanto llorar. Los oficiales se mantuvieron firmes. La niña no saldría hasta que los papás llegaran. Minutos después, Esteban apareció jadeando directo del trabajo. Rosa llegó enseguida, angustiada. ¿Qué pasa aquí?, preguntó Esteban, mirando a su hija, a Rogelio y luego a los policías.
Vamos a hablar en su casa, dijo el oficial. Necesitamos revisar el ambiente y escuchar a los responsables. Todos caminaron juntos escoltados. Rogelio iba en silencio con la mandíbula apretada, mientras Mariana seguía pegada a la maestra como si fuera su único refugio. La patrulla se detuvo frente a la casita de la familia. Todo parecía normal. Flores descuidadas en el jardín, cortinas cerradas, olor a comida en el aire. Pero la tensión los había seguido desde la escuela. Rosa abrió la puerta rápido, con el rostro pálido y los ojos ansiosos.
¿Qué pasó?, preguntó mirando primero al papá y luego a la hija. ¿Por qué tanto alboroto? Rogelio habló primero con falsa indignación. Esta maestra inventó tonterías. Dijo que no podía recoger a mi nieta. Hasta a la policía llamó. ¿Puedes creerlo, Rosa? Rosa miró a Lucía y a los oficiales, respirando agitada. Maestra, no entiendo. Mi papá siempre me ayuda. Sin él yo no podría trabajar. Siempre recoge a Mariana. Lucía respiró profundo antes de contestar. Entiendo su sorpresa, señora, pero Mariana me dijo que no quería irse con su abuelo.
Relató cosas que no podía ignorar. tenía que llamar a las autoridades. Rosa miró a su hija, que seguía abrazada a la pierna de la maestra en silencio. “Mariana, ¿es cierto eso?”, preguntó con la voz temblorosa. La niña no respondió, solo escondió la cara en el vestido de Lucía. Esteban, que observaba desde atrás, dio un paso al frente. “Rosa, ¿no ves que tiene miedo? Eso no es normal. Esteban, por favor, es una niña, puede haber entendido mal”, dijo Rosa evitando su mirada.
“Papá nunca le haría daño.” “Nunca.” Esteban alzó la voz mirando al suegro. “Entonces, ¿por qué está así?” Los policías interrumpieron la discusión. “Necesitamos levantar el reporte. La niña será escuchada en el momento adecuado con acompañamiento. Mientras tanto, pedimos que no se quede sola con el abuelo hasta nueva evaluación. Rogelio levantó las manos con un gesto de calma fingida. Claro, oficiales, entiendo, pero les pido que no destruyan la confianza de mi nieta conmigo. Soy quien más cuida de ella cuando los papás no pueden.