Los hijos gemelos del millonario viudo pasaban hambre hasta que la nueva niñera hizo algo inesperado y les cambió la vida para siempre-a-diuyy

mañana Mariana bajó con los niños después de desayunar.
Iban contentos, riéndose por algo que Emiliano dijo sobre un gato que había soñado. Mariana los llevaba de la mano, uno a cada lado. La cocina olía a pan recién hecho y Chayo estaba de mejor humor que otros días. Incluso había dejado la radio prendida bajito. Todo parecía ir bien hasta que una voz

conocida, fuerte y con tono de orden se escuchó desde el pasillo.
“Y esta escena tan feliz”, dijo una mujer delgada de cabello castaño, muy arreglada para ser tan temprano. Traía tacones, bolso de marca y unas gafas que se quitó con elegancia. Mariana no la conocía, pero por cómo los niños se pusieron tiesos, supo que era alguien importante. Ricardo apareció

justo detrás de ella.
Adriana, llegaste temprano dijo con una sonrisa que no parecía muy honesta. Adriana, la tía, hermana de Lucía, había escuchado de ella, pero no la había visto en persona. Sofía soltó la mano de Mariana y se escondió un poco detrás de su padre. Emiliano se quedó quieto. Mariana sintió que el aire se

había enfriado sin explicación. Adriana caminó con pasos firmes hacia los niños. Les dio un beso en la frente a los dos, pero ellos no reaccionaron.
Luego miró a Mariana de pies a cabeza. Y tú eres la nueva niñera. Mariana asintió. Mucho gusto, soy Mariana. Adriana no le devolvió el saludo, solo le sonrió sin ganas. Ricardo, ¿podemos hablar en privado? Él dudó un segundo. Claro. Acompáñame al despacho.

Antes de irse, Ricardo le hizo un gesto a Mariana como diciendo, “Tranquila.” Pero ella sentía que no lo estaba. En cuanto se cerró la puerta del despacho, Chayo se acercó. Llegó la tormenta dijo bajito. Mariana no entendió. ¿Por qué lo dices? Chayo hizo una mueca. Adriana quiere manejar esta casa.

Siempre ha querido y no le va a gustar lo que tú estás haciendo con los niños.
Mariana tragó saliva. Ella solo hacía su trabajo, nada más. Pero Chayo tenía razón. Adriana no parecía cómoda con ella ahí. Ese mismo día, Adriana volvió a salir del despacho con Ricardo. Se quedó en la casa todo el día, paseándose como si fuera la dueña. Mariana la veía meterse en el cuarto de

juegos, revisar los libros de cuentos o leer la ropa de los niños.
En la hora del almuerzo se sentó en la cabecera de la mesa. Ricardo a un lado, los niños enfrente, Mariana al otro extremo. “Me contaron que ahora cocinan”, dijo Adriana mirando su servilleta. “Sí”, respondió Mariana tranquila. “¿Les gusta?” Adriana soltó una risita. “Sí, claro. A los sienton

enentos.
Niños ricos siempre les gusta jugar a ser pobres un rato. Ricardo la miró de reojo molesto. Mariana respiró hondo. No iba a engancharse. Después del almuerzo, Sofía quiso dibujar, pero Adriana dijo que tenía que cambiarse la ropa porque estaba desalineada. Emiliano quería jugar en el jardín, pero

ella dijo que se podía enfermar por la humedad.
Mariana no dijo nada, pero los niños la miraban con cara de, “¿Y ahora qué?” Más tarde, Mariana fue a buscar a Ricardo. Lo encontró en el estudio. Él le abrió la puerta con cara de cansado. ¿Está todo bien?, preguntó ella. Ricardo asintió. Adriana solo viene a asegurarse de que todo siga. Normal.

Mariana lo miró. Pero las cosas ya no son normales, están mejor. Ricardo bajó la mirada.
Eso es lo que a ella le molesta. Esa noche, después de que Adriana se fue, Ricardo bajó al jardín donde Mariana estaba recogiendo juguetes. La ayudó sin decir nada por unos minutos. Luego, sin verla a los ojos, dijo, “Ella cree que estás ocupando un lugar que no te corresponde.” Mariana se detuvo.

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