Los hijos gemelos del millonario viudo pasaban hambre hasta que la nueva niñera hizo algo inesperado y les cambió la vida para siempre-a-diuyy

hagan costumbre. Se fue sin decir más.
Cuando la puerta se cerró, Mariana se sentó otra vez. Sofía le dio su tenedor. ¿Podemos cocinar otra vez? Mariana asintió. Cuando quieran. La cocina volvió a llenarse de ruido. Platos, risas suaves, cucharas chocando. No era una comida formal, era otra cosa, algo más vivo, algo más de verdad. La

regla de oro era simple, nada de forzar, solo dejar que ellos decidieran. Por primera vez funcionó.
La rutina en la casa ya no era la misma, aunque nadie lo dijera en voz alta. Mariana lo notaba desde que bajaba por las escaleras. Los pasillos ya no se sentían tan fríos y los niños no se encerraban en su cuarto todo el día. Ahora salían, aunque fuera solo para ver que estaba cocinando o para

preguntarle algo tonto, como si los hotcakes se podían hacer con forma de dinosaurio.
Esa mañana Sofía apareció en la cocina con el cabello despeinado y un peluche en la mano. Mariana estaba lavando los trastes. La niña no dijo nada, solo se sentó en la barra y la miró. Mariana le dio un plátano así, sin decirle nada. Sofía lo tomó y le quitó la cáscara con cuidado. Mariana casi no

lo podía creer. No era mucho, pero era algo. Emiliano llegó 2 minutos después.
Hoy vamos a cocinar. Ariana se secó las manos y se giró. Si quieren. Él asintió y se sentó junto a su hermana. Los dos callados, pero ahí estaban juntos presentes. Ricardo los vio desde el marco de la puerta sin entrar. Solo los observó por unos segundos antes de seguir su camino, pero Mariana lo

notó.
Él pasaba más seguido por donde estaban los niños, siempre con pretextos, que se le olvidó algo, que buscaba un papel, pero Mariana sabía que no era eso. Él estaba mirando. No sabía qué pensar de eso aún, pero lo dejaba hacer. Ese mismo día, Mariana los llevó al jardín trasero. Era la primera.

¿Vez? Abrió la puerta con una llave que encontró en una de las gavetas de la cocina.
Era un jardín grande con árboles altos y una fuente seca. Había juguetes viejos en una esquina, algunos oxidados, pero el pasto estaba verde. Los niños dudaron en salir. Sofía se quedó en la puerta. Emiliano la miró como pidiendo permiso. Mariana caminó sin voltear, como si fuera lo más normal.

Cuando llegó al centro del jardín, los escuchó venir corriendo atrás de ella.
Jugaron con una pelota desinflada que encontraron entre unos arbustos. Mariana les enseñó un juego de su infancia, aventar la pelota al aire y atraparla sin dejarla caer. Sofía se reía cada vez que fallaba. Emiliano la imitaba. Mariana dejó que ganaran. Hacía tanto que no reían, que sentía que el

Leave a Comment