pero no dijo nada. Mariana le sonrió al niño.
Está bien, no tienen que comer, pero pueden contarme cómo fue su día. Los niños se quedaron mudos. Chayo miraba desde la cocina con cara de Te lo dije. Ricardo se levantó antes de que pasaran 10 minutos. Tengo una llamada. Disculpen. Se fue sin más. Mariana se quedó sola con los niños. El silencio
pesaba, pero no se rindió. Se paró.
Fue por una manzana. La partió en gajos. la acomodó en forma de estrella en un plato pequeño y la puso entre los dos. No es comida de verdad, es una figura solo para ver si adivinan qué es. Los niños miraron el plato. Un segundo. Dos. Sofía estiró la mano y acomodó un gajo. Emiliano hizo otro
movimiento.
No se lo comieron, pero ya habían tocado algo. Chayo chasqueó la lengua. Eso no es cenar, murmuró desde la cocina. Mariana ignoró el comentario. Se quedó ahí sentada sin decir nada más, solo mirando como los niños, sin hablar acomodaban gajito por gajito haciendo una especie de flor. Cuando
terminaron, Sofía empujó el plato hacia Mariana.
Es un sol, dijo. Emiliano, asintió. Mariana sonrió. No era comida, pero era un primer paso. Un sol hecho de manzana en Milancién te, una casa donde todo era frío. La cena terminó con los platos llenos, pero por primera vez alguien habló, aunque fuera poquito.
Mariana limpió todo, lavó los platos y cuando estaba por subir, Chayo se le acercó. No te encariñes, aquí nada cambia. Mariana solo la miró. Ya veremos, respondió sin levantar la voz. y subió despacio las escaleras, sabiendo que lo que venía sería más difícil de lo que imaginaba. La mañana empezó
con el sonido suave de los pájaros afuera, pero en la mansión no se escuchaba nada, ni una voz, ni una risa, ni una queja.
Mariana se despertó temprano y bajó directo a la cocina. Chayo ya estaba ahí moliendo café y cortando frutas con la misma cara de pocos amigos. Mariana le dijo, “Buenos días, pero Chayo solo levantó la ceja.” Mariana no se dejó intimidar, preparó leche caliente con un poco de canela, pan tostado y
puso todo en una bandeja.
Subió a las habitaciones con paso firme, tocó la puerta del cuarto de los gemelos, esperó un segundo y luego entró. Ellos ya estaban despiertos, sentados en la cama, mirando la tele sin volumen. Mariana dejó la bandeja en una mesa baja. “Hoy no hay reglas”, les dijo. Los dos giraron a verla. “Vamos