qué decir. Mariana se acercó y tomó su mano.
Él cerró los ojos un segundo, como si quisiera evitar romperse. “Amor, lo sé”, le dijo ella muy suave. No tenías las palabras, pero no significa que se cerraran las heridas. Ricardo la miró, sintió el peso de todo lo que no había dicho. Entonces abrió los ojos, respiró hondo y dijo, “Cuando Lucía
murió, me sentí libre y culpable, libre de una tensión constante entre las dos hermanas, culpable por no haber hablado cuando más lo necesitaba.
” Mariana apretó su mano, él añadió, “Y hoy parece que estoy hablando por primera vez. Los niños escuchaban cerca sin moverse. Sofía se acercó y puso su mano en el hombro de Ricardo. “Papá”, dijo en voz bajita, esa palabra lo estremeció. Él se inclinó, la abrazó. “Sofi.” Sofía asintió. Sin soltarlo.
Emiliano se unió. Ricardo abrazó a los tres.
Mariana los juntó. Una familia abrazada en el centro de la sala. No hubo palabras grandilocuentes, no hubo declaración eterna, solo ese abrazo largo donde cada uno soltó algo. Sofía dejó caer la flor de plástico que había traído. Ricardo cerró los ojos y la sostuvo contra su pecho. Emiliano apoyó
la cara en el pecho de Mariana y ahí, en el silencio más verdadero, Ricardo descubrió que la verdad cuando llega no viene con golpes, viene con calma y con un abrazo que todo lo dice, sin hablar. Ese día él descubrió muchas cosas que
había permitido que pasaran mentiras, que había herido sin saberlo, pero sobre todo descubrió que todavía podía amar, confiar y recomenzar. Él y su familia hoy descubrían que el siguiente paso no era borrar el pasado, sino aprender a caminar con él. Y esa, aunque no suena épica, era justo la verdad
que necesitaban. La mañana ya traía una energía distinta.
Ricardo llevó a los niños al desayuno y luego pidió hablar con Mariana en la sala. Ella se sentó con calma, aunque el corazón le palpitaba rápido. Él cerró la puerta, respiró profundo y dijo, “Hoy hay que poner todo en claro.” Mariana asintió sin hablar, mirándolo con firmeza. No pasó mucho antes de
que Adriana llegara de nuevo a la mansión.
Esta vez no entró con esa actitud fría. Estaba seria con la mirada en los zapatos. Todos la notaron. Chayo bajó de inmediato al despacho. Mariana lo siguió con la mirada. Adriana entró y se fue directo a la sala donde Ricardo ya estaba sentado junto a los niños.
No había fotos, ni sobornos, ni excusas, solo tranquilidad forzada. Ricardo la miró de frente. Estamos listos. Adriana se tensó, se sentó con elegancia en un sillón, cruzó las piernas y respiró hondo. Mariana estaba apenas al lado, tomada de la mano de Sofía. Emiliano estaba a pie cerca, sin
moverse ni hablar. Ricardo dejó que Adriana empezara. Yo yo solo quería lo mejor para ustedes.
Mariana la miró con los ojos abiertos. ¿Qué querías?, preguntó Ricardo. Ella titubeó. Creí que Mariana no era lo que ustedes necesitaban. La sala se quedó en silencio. Ni siquiera los niños respiraron fuerte. Mariana dio un paso adelante. No lo que necesitábamos, repitió despacio. Adriana la miró.
Se me informó que podría ser una influencia negativa. Sus fotos, los dichos. No completó la frase. Ricardo le apuntó con la mirada. Y eso te da derecho a espiar, a llevar mentiras, a venir a mi casa a destruir. Adriana empezó a temblar. Nunca fue para hacer daño, solo para desestabilizar. La