Ricardo la interrumpió.
No voy a actuar por advertencias vagas. Voy a investigar. Y mientras no haya pruebas, no creeré nada de esto. Mariana sintió como un peso se quitaba. Ricardo le dio la mano. Tendrás mi apoyo. Ella apenas pudo sonreír. Los niños salieron despacio, tomados de la mano. Sofía se acercó a Ricardo y le
entregó una flor.
Equipaje de viaje, pero sencillo. Él la recibió y la guardó cerca de su corazón. Emiliano abrazó a Mariana. Nunca dejaré que te vayas”, dijo bajito. Mariana le acarició la cabeza. Jamás. Adriana respiró hondo y se bajó hacia los niños. No saben lo que traen encima. Ricardo la interrumpió firme.
Ni ellos ni tú. Adriana titubeó. Luego dio media vuelta sin despedirse y salió de la casa. Mariana y Ricardo se quedaron mirando la puerta cerrarse. No hubo alegría ni alivio completo. Había una calma tensa como antes de una tormenta terminada. Pero también había algo más, una promesa silenciosa.
Esa noche Mariana se quedaría para hablar con Ricardo y al día siguiente empezaría la verdad real. No los rumores ni las mentiras, la verdad que ellos podían construir juntos. La mañana siguiente arrancó con un aire distinto. El sol entraba en los ventanales de la sala, pero no calentaba porque
había algo denso en el ambiente. Mariana se sentó en el sofá cerca del despacho de Ricardo, sujetando el diario de Lucía en la mano. No era casualidad.
Tenía que hablar. Tocó la puerta. Ricardo la abrió sin decir nada. Cruzaron miradas. Él temblaba un poco, como si no supiera qué decir primero. Encontré algo más. Soltó Mariana sin rodeos. En el diario hay pruebas de que Adriana y tú tuvieron algo. Ricardo tragó saliva, cerró los ojos un segundo,
luego los abrió y se sentó enfrente de ella.
Mariana le pasó el diario abierto en una página. Se veía la firma de Lucía y esas frases recortadas. Adriana venía esa noche. Ricardo no lo soltaba. No confíó en ella. Estaba subrayado en rojo. Mariana esperó. Ricardo lo leyó despacio con el pulgar. Luego cerró el diario y lo dejó en la mesa. Sí,
dijo con voz temblorosa. Fue un error del pasado. Yo estaba confundido. Mariana lo miró sin pestañar. Lucía lo sabía.
Ricardo asintió. Sí, escribió sobre eso. Dijo que le dolía verlo cerca. Mariana sintió el corazón encogerse. Y nunca me contaste. Ricardo bajó la cabeza. No supe cómo contarte. Creí que si lo enterraba ya no pesaría. Me equivoqué. La sala se quedó en silencio. Los niños desde el otro lado de la
puerta escuchaban.
Sofía apretaba la flor que había entregado antes. Emiliano se abrazaba a su camisa. No decían nada, pero ocupaban cada átomo del lugar. Mariana respiró. Esto no es lo peor, dijo con voz suave. Lo peor fue lo que pasó después. Ricardo alzó la vista. Ella continuó. En el diario encontré una página
con números.
Era una cuenta bancaria a nombre de Adriana. Hay una línea que dice, “Pago por el favor que me hiciste.” Ricardo puso las manos en la cara. Sí, fue antes del viaje. Me ayudó con un negocio de importación. Fue algo que se salió de control. Mariana comprendió. “¿Pagaste por un favor?” Ricardo asintió
avergonzado. Sí, pero no me arrepiento.
Lo hice por presión porque ella quería volver a tener poder. Mariana cerró los ojos un instante. Lucía lo supo dijo ella con firmeza. Y eso la mató por dentro. Ricardo no supo qué decir. Se llevó la mano al pecho. Tengo tanto que pedirte. Mariana lo interrumpió. Primero quiero que me digas si me