en la mansión.
Ya no era solo silencio incómodo, ahora había tensión en el aire. Mariana lo sentía en cada paso que daba por los pasillos. Enemes, cada mirada que le lanzaba Chayo desde la cocina, en cada gesto de los niños al mirarla antes de dormir. Ricardo volvió a ser el padre que estaba cerca, pero también
más serio. Cuidaba cada palabra. A veces cuando hablaba con Mariana cerca susurraba un poco, no para esconder, pero sí para contener.
Mariana lo notó una vez más cuando decidió hablar con Sofía en el cuarto de juegos. Sofía la miró y solo dijo, “Tía Adriana se fue nada más.” No preguntó por qué, no dijo, “Qué bien que se fue.” Solo afirmó un hecho y se quedó callada. Era una niña, pero comprendía más de lo que alguien pensaba.
Chayo cada vez estaba más a la defensiva. La veía con cara de interrogante.
Le preguntaba qué hacía en ciertas habitaciones. Pregunta que apenas sonaba como rumor y llegaba directo al oído de Mariana. Ella contestaba con calma y sin detenerse seguía su camino. Pero ese sonido de uñas sobre vidrio cuando Chayo limpiaba ventanas era como un juicio silencioso. Empezaron las
miradas cruzadas. Ricardo y Mariana al mismo tiempo queriendo hablar, pero reteniéndose.
En la mesa del comedor los platos se llenaban de comida caliente, pero nadie hablaba mucho. Sofía preguntó una noche por qué ya no se hablaba de mamá. Ricardo intentó dar una respuesta seguida, pero se quedó en la mitad. Mariana cubrió el silencio. Podemos hablar cuando quieran.
Ricardo la miró y sonrió como diciendo, “Gracias. Pasaron días sin que Adriana volviera. Lo que pensaban iba a traer calma en realidad trajo más preguntas. Mariana encontró una carta enrollada en uno de los libros de Lucía que había sido olvidada. La abrió. Estaba incompleta, pero decía algo como,
“No confío en él cuando” y se cortaba. Mariana sintió que ya no era solo novato en la casa, era alguien más.
alguien que sabía lo que había quedado en los rincones. Un día, mientras los niños jugaban en el jardín, Ricardo se sentó con Mariana en el pasto. La mano de él buscó la suya. No quería hablar, solo necesitaba sentir. Mariana le apretó los dedos. Ella también estaba pensando en todo eso. El diario,
las cartas, las miradas, las sospechas que nadie decía en voz alta, pero flotaban en cada rincón.
Por la noche, cuando encendieron las luces del comedor para la cena, Chayo no apareció. Mariana fue a la cocina y la encontró limpiando un plato. Se acercó. ¿Pasa algo?, preguntó Mariana. Chayo no contestó enseguida. Luego dijo, “Solo limpiando para no pensar.” Mariana entendió que no era sobre
ella, era sobre todo lo que estaba pasando y también entendió que cada persona allí vivía su propio terremoto.
Emiliano esa misma semana rompió un vaso jugando sin querer. Cuando Mariana fue a darle un abrazo, él se echó para atrás, gritó, “¡No lo hagas!” Con esa voz tan pequeña y rota, Mariana se detuvo. El vaso quedó tirado entre pedazos de vidrio y jugo. Ricardo llegó corriendo. Sofía empezó a llorar. No
faltó el caos, pero todo fue rápido. Mariana limpió.
Ricardo recogió al niño. Sofía abrazó a su hermano y luego vino un silencio profundo. Ricardo miró a Mariana. No queremos esto dijo. Lo sé. respondió, “Pero esto es parte de lo que debemos sanar.” Mariana asintió y de nuevo esa conversación quedó solo entre ellos. Nadie decía nada en voz alta, pero
todo estaba ahí.
Esa noche, antes de dormir, Mariana estuvo un rato sentada junto a los gemelos. les dijo que todo iba a estar bien y les contó un cuento sencillo, sin moralejas ni lecciones, solo un cuento inventado sobre un par de hermanos que aunque a veces dudaban, siempre se querían. Los niños la escucharon
dormirse. Cuando salió por el pasillo, se cruzó con Ricardo. Los dos se miraron.
Supieron que estaban juntos en esto. La tensión no había desaparecido. Las sospechas seguían rondando, pero ahora había algo más, una alianza, un lazo que no se veía, pero que fue fortalecido por la verdad compartida, los miedos confesados y las pequeñas certezas que estaban construyendo paso a
paso.
Nada era perfecto, nada estaba resuelto, pero al menos ahora sabían lo que tenían. que enfrentar y esa idea por primera vez los hizo sentir que podían con todo. Ese viernes empezó con mucho movimiento. Mariana fue la primera en levantarse. Preparó las mochilas la noche anterior, pero igual volvió a
revisar todo tres veces.
Puso los sándwiches en bolsas, metió jugo, galletas, una muda de ropa por si acaso y protector solar. Los niños estaban emocionados. iban a ir al zoológico con la escuela. Era su primer viaje escolar desde que Lucía murió. Ricardo tenía una junta temprano, pero antes de salir se agachó a la altura