Los hijos gemelos del millonario viudo pasaban hambre hasta que la nueva niñera hizo algo inesperado y les cambió la vida para siempre-a-diuyy

si hablar o no, pero algo en ella la empujó.
No estás repitiéndolo, estás tratando. Estás aquí. Ricardo la miró. Ella lo miró también. No había música, ni palabras bonitas, ni luces especiales. Solo ese momento raro donde dos personas se quedan más tiempo del que deberían viéndose. Él dio un paso. Ella no se movió. La cocina se hizo más

chiquita, más íntima.
Ricardo levantó la mano y le acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja. Mariana tragó saliva. El corazón le latía tan fuerte que pensó que se escuchaba. “¿Puedo?”, dijo él sin terminar la frase. Mariana asintió y pasó. Un beso nada de película, nada exagerado, solo sus labios tocándolos de ella.

cálido, verdadero, de esos que no buscan impresionar, solo conectar. Cuando se separaron, Mariana bajó la mirada.
Ricardo también. Los dos sonrieron apenas. No sé qué fue eso dijo Mariana. Yo tampoco, respondió Ricardo. Se quedaron ahí un rato más sin hablar. Luego ella volvió al lavabo, lavó el último plato. Él agarró su saco y se despidió con un gesto. Descansa, Mariana, tú también. Esa noche Mariana se sentó

en la orilla de su cama sin saber qué pensar. No era amor todavía.
No era una historia de telenovela, pero había algo, algo real, algo que ya no se podía ignorar. Un beso no cambia todo, pero dice mucho y ese dijo justo lo que ninguno de los dos se atrevía a decir en voz alta. Adriana no se dio por vencida. Esa mañana entró a la cocina sin permiso, con una bandeja

de galletas caras.
Se sentó en la mesa del comedor, sacudió la servilleta y las puso frente a Chayo y Mariana. Un detalle para todos, dijo con esa voz fría que tiene. Mariana la miró, pero no dijo nada. Chayo puso los ojos en blanco en silencio. Adriana se levantó y fue directo al despacho de Ricardo. Mariana y Chayo

la vieron pasar. La tensión era evidente. Pasaron un minuto, dos.
Luego Adriana salió con un sobre en la mano y se lo entregó a Chayo. Porfa, dáselo al patrón cuando esté solo. Chayo lo guardó sin mirar. Media hora después, Ricardo apareció y encontró el sobre su escritorio. Lo abrió y sacó unas fotos impresas. Eran de Mariana, una con los niños en el mercado,

otra en la cocina, una más donde él y ella caminaban cerca del jardín. fotos que alguien había tomado con cuidado. Ricardo frunció el ceño.
Adriana entró y se plantó firme. Quiero advertirte algo, hermano, y es mejor que lo sepas de mí antes que de otro. Ricardo la miró. ¿Sobre qué? Adriana dejó el sobre junto a las fotos. Sobre Mariana. Él abrió las fotos, las repasó sin entender. ¿Qué quieres decir? Adriana se quedó callada un

segundo como midiendo. Dicen que esta mujer tiene un pasado complicado.
¿Sabes lo que se dice en el pueblo donde vivió? Déjame mostrarte algo más. De la bandeja sacó recortes de periódico, pantallazos de redes. Decían cosas imprecisas. Posible estafa. Niñera despedida por Desacato. Casa grande vendida por ella sin contexto real. Mariana apareció en esas imágenes

señalada. Ricardo levantó la mirada furioso.
Esto no es verdad. Adriana empujó las pruebas sobre la mesa. ¿Tú lo crees o no? Pero yo te lo aviso, porque si esto explota, vas a estar en medio. Vas a perder la custodia de los niños, el prestigio, todo. Mariana apareció en el despacho sin que nadie se diera cuenta. Escuchaba cada palabra. Su

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