Adriana. Su tono no era el de siempre. Estaba molesta. No, no puedo forzarlo. Todavía no.
Está raro. Más cercano a ella. Sí, la niñera. Te dije que no era cualquiera. Mariana se quedó congelada. No era su estilo escuchar conversaciones, pero esa voz baja y nerviosa la hizo quedarse ahí sin moverse. Lucía se enteró. Claro que se enteró, dijo Adriana al otro lado de la puerta. Por eso
todo se fue al Por eso empezó a escribir cosas.
No te preocupes, nadie va a leer eso. Mariana se llevó una mano al pecho. El diario. ¿Era eso lo que Adriana quería ocultar? Cerró el libro de cuentos, les dio un beso a los niños y salió con una excusa. Cuando llegó al pasillo, Adriana ya no estaba, solo quedaba ese silencio sospechoso que deja
alguien cuando acaba de esconder algo.
Esa noche Mariana no pudo con la duda. Buscó a Chayo en la cocina. le sirvió un té y se sentó frente a ella. “¿Tú sabías si Lucía sospechaba de Adriana?” Chayo la miró como si le hubiera hecho la pregunta más peligrosa del mundo. No respondió de inmediato. “¿Tú? ¿Por qué preguntas eso?” Mariana se
encogió de hombros. “Solo es una duda.” Chayo bajó la voz.
“Mira, yo no voy a meter las manos al fuego por nadie.” Pero Lucía era lista. Veía cosas que los demás no. Mariana se acercó un poco. Cosas como que Chayo la miró como que Adriana no solo venía a ver a los niños. Venía por Ricardo. Mariana no necesitaba más. Se le revolvió el estómago, empezó a
atar cabos, las visitas constantes, la incomodidad de Lucía en el diario, las frases cortadas, todo apuntaba a lo mismo.
Ricardo y Adriana en algún momento habían tenido algo, quizás antes de Lucía, quizás durante y Lucía lo supo. Al día siguiente, Mariana fue con Ricardo, lo encontró en el jardín leyendo unos papeles, se sentó a su lado sin rodeos. Tú y Adriana tuvieron algo. Ricardo la miró de golpe. ¿Qué? No me
mientas, solo dime la verdad. Él cerró los papeles.
Fue antes de Lucía, mucho antes. Éramos jóvenes. Pasó una vez. No fue serio, pero Adriana nunca lo soltó del todo. Mariana lo miró fijo. Lucía lo supo. Ricardo bajó la mirada. Sí. Y le dolió mucho. Mariana tragó saliva. No sabía si sentir rabia o compasión. ¿Y por qué la dejaste quedarse en la
casa? Ricardo se frotó la cara.
¿Por qué es la tía de los niños? Porque me siento culpable. Porque no quiero más problemas. Mariana se levantó. Pues los problemas ya están aquí y están disfrazados de familia. Esa noche Mariana revisó el diario otra vez. Volvió a leer esa frase. Si algo me pasa, espero que alguien entienda lo que
yo no pude decir en voz alta. Ahora lo entendía.
No compruebas, pero con el instinto de alguien que ya no se tragaba las apariencias. En esa casa había muchas mentiras guardadas detrás de fotos familiares y no todas venían de afuera. Algunas vivían dentro desde hace mucho. Esa noche la casa estaba en silencio, pero un silencio distinto. No era
tenso ni triste. Era como si todo estuviera pausado.
Los niños se habían dormido rápido después de una tarde larga jugando con una caja de cartón que Sofía había convertido en castillo. Emiliano se hizo una espada con una cuchara. Mariana les puso música de fondo mientras jugaban y no los apuró para bañarse ni para cenar. Se quedaron dormidos en el
sillón viendo una película de dragones. Ricardo los cargó hasta su cuarto, no dijo nada, solo los acostó, los tapó y bajó con Mariana a la cocina. Ella limpiaba los restos de Midon Cent la cena.
Había un par de platos sucios, una olla con arroz pegado y un vaso con medio jugo. Ricardo agarró una toalla y empezó a secar sin que ella se lo pidiera. Mariana se lo quedó viendo como quien ve algo raro, pero no dijo nada. ¿Estás bien?, preguntó él sin mirarla. Sí, solo tengo la cabeza llena,
respondió mientras enjuagaba una cuchara. Por lo del diario. Mariana se detuvo.
¿Tú sabías que Lucía tenía uno? Ricardo asintió muy leve. Una vez la vi escribir, pero nunca supe qué tanto ponía ahí. Nunca le pregunté. Mariana apagó el grifo. El agua dejó de sonar. Solo se escuchaba el reloj colgado en la pared. Tic, tic, tic. Ella tenía muchas dudas, Ricardo, mucha tristeza
que no se notaba a simple vista. Y no confió en todos.
Ricardo dejó la toalla, se apoyó en la barra, bajó la cabeza. No estaba molesto, solo se veía agotado. Yo no fui el mejor esposo dijo sin levantar la voz. A veces me encerraba en el trabajo, a veces no veía lo que tenía frente a mí y ahora me da miedo repetirlo. Mariana se acercó un poco. No sabía