Los hijos gemelos del millonario viudo no comían nada hasta que la nueva niñera hizo algo inesperado y cambió sus vidas para siempre. Cuando Mariana baja del auto frente a la enorme mansión de Ricardo Navarro, siente un hormigueo de nervios y emoción. No es como cualquier casa, es una casa llena de
silencio.
Al entrar la ve, un pasillo largo, cuadros grandes, ventanas altas que dejan entrar luz sin calidez. Los empleados apenas le responden con un hola corto, como si todo fuera normal, pero ella siente que hay algo raro en el aire. En eso aparece Ricardo, un hombre alto, bien vestido, con el seño un
poco fruncido.
No le ofrece la mano, solo dice buenos días y eso basta para entender que no está para charlas. Le presenta a los niños Emiliano y Sofía, gemelos de 8 años. Él se lo señala sin emoción y les dice que ella será su niñera. Los ve de cerca, él con la mirada vacía, ella con los brazos cruzados, los dos
vestidos igual, como si fueran espejo. Mariana les da una sonrisa tímida y les pregunta qué quieren de cenar. Los niños la miran y se encogen hombros. La niña dice nada.
El niño repite la palabra nada. El corazón de Mariana se hunde un poco porque eso significa que su trabajo no será como lo imaginaba. Ricardo la observa y asiente como aprobándole algo, pero sin emoción. Después los lleva a todos a recorrer la casa, entran al comedor y ella ve platos finos cubiertos
de plata, una mesa enorme sin comida.
Luego van a la sala con sillones que se ven cómodos, pero nadie parece sentarse ahí desde hace tiempo. En el jardín hay juguetes viejos y una mesa redonda para comer afuera que tampoco se ha usado. Los niños pasan de largo sin asomarse.
La harina de las galletas que Mariana planeaba hace dos segundos se le va de la cabeza. Mientras caminan, la niñera anota fotos en las repisas. Ricardo y su esposa Lucía juntos. Sonrientes, abrazados. Los niños son iguales a Lucía, especialmente Sofía. Mariana siente un nudo en la garganta. Cuando
terminan el recorrido, Ricardo le dice que mañana empiece a las 8 y la deja sola con los niños. En silencio a solas con ellos por primera vez.
Habla con ellos otra vez con voz suave. Les pregunta cómo están. Nada, solo escuchas el eco de su voz en el pasillo. Eso le confirma que no es solo un tema de hambre. Algo pasó en casa. Sale del cuarto y ve a distancia a Ricardo sentado en su despacho. No la mira, pero ella siente su mirada. Baja