La operación fue un éxito. Jonathan se quedó en el hospital casi todos los días. Le leía cuentos a Jacob, jugaban con rompecabezas, y hasta compartían pudín de chocolate escondidos de las enfermeras.
Jacob ya lo llamaba “papá” con confianza.
Con Nina, el camino fue más lento.
Una noche, mientras Jacob dormía, salieron al pasillo.
—Llevas años haciendo esto sola —dijo Jonathan.
—No tuve opción.
Él bajó la mirada.
—No debiste haberlo hecho sola.
—¿Por qué nos abandonaste de verdad, Jonathan? No la excusa. La verdad.
Respiró hondo.
—Porque tenía miedo. Mi papá era un hombre frío. El éxito lo era todo para él. Cuando supe del embarazo, pensé que sería como él. Que los arruinaría a los dos.
—Pero huir también nos arruinó.
—Lo sé —dijo—. Y me pesa todos los días.
—La gente como tú no cambia —susurró Nina.
—Ya no quiero ser “gente como yo”.
Seis meses después