Lo que el dinero no pudo comprar

Jonathan llegó al hospital con un miedo que nunca había sentido. No miedo a quebrar, ni a perder poder… miedo a perder a alguien que apenas acababa de conocer: su hijo.

Entró al ala de oncología pediátrica. Una enfermera lo reconoció.

—¿Señor Kane?

—Sí… vine por mi hijo. Jacob.

—Están en la habitación 304. Ha preguntado por usted.

Frente a la puerta, Jonathan dudó. Nunca había temido cerrar un trato. Pero esto… esto era distinto.

Tocó.

Nina abrió. Su cara reflejaba cansancio, pero también fortaleza.

—Viniste —dijo.

—Lo prometí.

Adentro, Jacob estaba en la cama, abrazando una jirafa de peluche. Una bandeja con puré de papa sin tocar descansaba sobre sus piernas. Cuando vio a Jonathan, sonrió.

—Hola, papá.

Jonathan sintió que se le apretaba el pecho.

—Hola, campeón.

Se acercó y se arrodilló junto a la cama.

—¿Cómo te sientes?

—Los doctores dicen que soy valiente —respondió—. Mamá dice que lo heredé de ella.

—Tiene razón —dijo Jonathan—. Es muy valiente.

Nina observaba desde la esquina, atenta. No lo juzgaba… pero sí lo evaluaba.

Pasaron una hora hablando. Jonathan le habló del zoológico, de su departamento en las alturas, de los rascacielos. Hizo bromas. Jacob rió. Por primera vez en años, Jonathan no pensó en negocios. Solo estaba ahí.

Esa tarde, los médicos confirmaron que Jonathan era compatible. El trasplante se agendó de inmediato.

Dos semanas después

Leave a Comment