Cuando el multimillonario director ejecutivo Jonathan Kane dejó embarazada a su joven empleada doméstica, pensó que bastaría con pagarle y seguir con su vida. Pero años después, cuando ella regresa a su imperio de mármol —más fuerte, segura de sí misma y con un niño idéntico a él en brazos—, Jonathan descubre que el arrepentimiento duele más que cualquier pérdida en los negocios.
Jonathan estaba de pie frente a los ventanales de su ático en Manhattan, disfrutando un whisky caro. A sus pies, la ciudad latía con dinero, poder y ambición: todo lo que él valoraba. Detrás de él, el sonido de unos tacones le recordó que tenía una reunión… pero no con un socio ni un político.
Era ella.
Nina.
Tres años atrás, era solo la joven callada que llegaba cada mañana a limpiar los candelabros y los pisos de mármol. No hablaba a menos que se lo pidieran. Pero una noche lluviosa, tras una pérdida financiera y un vacío que no supo identificar, Jonathan bebió de más… y la encontró en el pasillo. Vulnerable. Tierna. Familiar.
Lo que pasó fue un “error”, se dijo después.
Dos meses más tarde, Nina tocó a la puerta de su oficina. Le temblaban las manos cuando le mostró una prueba de embarazo.
—Estoy embarazada —dijo con voz casi muda.
Jonathan reaccionó con frialdad. Le dio un cheque con más ceros de los que ella había visto jamás y un contrato de confidencialidad.
—No estoy listo para ser padre —dijo sin mirarla a los ojos—. No vas a arruinar lo que he construido.
Ella se fue sin decir palabra.
Y él enterró el recuerdo.
Hasta hoy.