Lena sabía desde pequeña que el hogar no es sólo

“¡Miren qué hermoso regalo me dio mi hijo!” —dijo con tono amable, como si demostrara su victoria a todos.

Su padre la miró largo rato. Su mirada era serena, pero ocultaba una profunda emoción y comprensión de la injusticia cometida. Lena sintió que su presencia llenaba la habitación de fuerza y ​​protección.

—Donya —dijo en voz baja, volviéndose hacia Lena—, ¿por qué no llevas puesto el abrigo de ante que te traje de Alemania?

Las palabras parecieron flotar en el aire, rompiendo el silencio. El corazón de Lena latía con fuerza. Sabía que era el momento de la verdad.

—Yo… yo creía que era tuyo, papá —empezó, pero las palabras se apagaron a mitad de la frase.

Entonces su suegra intervino, declarando con orgullo:

—¡Y yo le di este abrigo a mi madre!

Su padre tardó en responder. Simplemente se quedó allí, observando a Lena apretar los puños, intentando contener sus emociones. Sus ojos reflejaban una mezcla de comprensión, decepción y una amenaza silenciosa; no verbal, sino… acción.

De repente, dio un paso adelante y dijo en voz baja:

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