«He contactado con un abogado. El coche, el apartamento… ya no es solo tu problema. ¿Querías dejarme “un poco de dinero para empezar”? Creo que hablaremos de una división justa».
Vitaly sintió que la situación se descontrolaba y trató de recuperar la compostura con su tono habitual:
«Inessa, no hay necesidad de crear problemas…»
«¿Problemas?», lo interrumpió ella. «Tú eres quien los crea. He dedicado toda mi vida a construir tu realidad, y ahora estoy construyendo la mía. Y será justa, honesta y digna».
En ese momento, apareció Anya: radiante, audaz, con una sonrisa que Inessa antes solo podía envidiar. Pero ahora todo había cambiado: Inessa sostuvo la mirada de Anya, sin ocultar ni dolor ni determinación.
—Hola —dijo con voz firme, sin agresividad—. Veo que has venido a reclamar lo que te pertenece… y probablemente olvidaste agradecerte todo lo anterior.
Anya se quedó paralizada, sintiendo por primera vez que frente a ella no había solo una mujer callada, sino una persona capaz de defenderse.
—No he venido a discutir —continuó Inessa—. He venido a poner fin a esto. El coche, el apartamento… no es culpa tuya, Vitaly. Y mi paciencia no es infinita.
Vitaly sintió que su estrategia habitual no funcionaba. Todo lo que antes le resultaba fácil ahora requería esfuerzo. Intentó hablar, persuadir, pero solo escuchó los argumentos fríos y precisos de Inessa.
—Solicitaré una división justa de los bienes —terminó ella—. Pero, sobre todo, quiero que ambos entiendan una cosa: mi vida ya no depende de ustedes. Y Kostya también lo verá.
Sus palabras fueron como un golpe de martillo: claras, precisas, sin dejar lugar a la manipulación. En ese instante, Vitaly se dio cuenta de que había perdido el control no solo de la casa, sino también de la mujer a la que había considerado suya toda la vida.