La vida de Inessa Viktorovna Klimova siempre pareció

Pero ahora su corazón le exigía acción, no lágrimas. Se sentó a la mesa y abrió una vieja libreta donde antes anotaba ideas de economía, planificaba su carrera y apuntaba proyectos. Palabras y números que parecían perdidos en el tiempo cobraron vida en el papel. Recordó que no solo era buena para mantener a una familia, sino también para administrar, analizar y construir.

Primero, Inessa decidió resolver el aspecto legal. El coche, el apartamento, el dinero: todo lo que Vitaly quería quitarle ahora era asunto suyo. Llamó a un abogado, un viejo conocido, y le dijo con voz tranquila pero firme: «Necesito una consulta. Quiero saber qué puedo esperar».

Ese mismo día, al reunirse con el abogado, sintió por primera vez su propia fuerza. Papeles, firmas, cálculos… parecía que su confianza crecía con cada página. Pensó en su hijo Kostya, quien pronto podría enterarse de que su padre lo dejaba por otra mujer. Necesitaba actuar con sensatez, mantener la calma, no destruir el mundo del niño, pero al mismo tiempo demostrarle que su madre no estaba derrotada.

Esa noche, Inessa tuvo una charla sincera con su hijo. Konstantin notó que algo andaba mal, y su calidez y serenidad lo ayudaron a no entrar en pánico. Habló despacio, eligiendo sus palabras: «Kostya, papá se va. Pero superaremos esto. Somos una familia, y eso es lo más importante».

En ese momento, comprendió que su fuerza no radicaba en soportar y adaptarse, sino en mantenerse firme cuando todo se desmoronaba. Las lágrimas llegaron después, en el apartamento vacío, cuando pudo permitirse ser vulnerable. Pero no la doblegaron. Se convirtieron en el combustible de la nueva vida que ya comenzaba a construir, sin importarle las viejas costumbres.

Pasaron algunas semanas. Vitaly aparecía de vez en cuando para recoger sus cosas e instalarse en su nuevo apartamento, pero Inessa ya no vivía a su sombra. Se matriculó en cursos de desarrollo profesional, empezó a escribir un diario donde anotaba sus nuevas metas y retomó sus estudios de economía, que había dejado de lado. Cada pequeña acción, cada paso, era como un ladrillo en el muro de la nueva vida que estaba construyendo.

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