Pero Marcus no había terminado.
“Y hay algo más que deben saber.”
Metió la mano en el bolsillo interior de su saco. Sacó un sobre doblado.
“Hace dos meses recuperé mi licencia médica. Estudié de noche mientras María dormía. Hice los exámenes. Pasé todas las evaluaciones.”
Mi boca se abrió. No podía creerlo.
“La semana pasada me ofrecieron un puesto como médico cirujano en el Hospital Metropolitano. Empiezo el lunes.”
El salón explotó. Aplausos. Gritos. Lágrimas.
Pero Marcus levantó la mano pidiendo silencio una última vez.
“No les cuento esto para que me aplaudan o me perdonen por hacerlos sentir mal. Se los cuento porque quiero que entiendan algo muy importante.”
Caminó hacia donde yo estaba sentada. Me tomó de la mano y me ayudó a levantarme.
“La vida puede quitártelo todo en un segundo. Puede dejarte en el piso sin nada. Pero también te puede dar una segunda oportunidad cuando menos lo esperas. Y esa oportunidad casi siempre llega en forma de una persona que decide no juzgarte por tu peor momento.”
Me abrazó fuerte. Yo no podía parar de llorar.
“María me vio cuando yo no era nada. Cuando no tenía nada que ofrecerle. Y aun así decidió amarme. Eso es algo que voy a honrar cada día de mi vida.”
Los aplausos retumbaron en todo el salón. Las mismas personas que se habían reído horas antes ahora estaban de pie, llorando y aplaudiendo.
Mi prima Laura se acercó. Tenía los ojos hinchados de llorar.
“Perdóname, Marcus. De verdad. Perdóname.”
Él solo asintió y le dio un abrazo.