La boda cambió completamente después de ese momento.
La gente se acercaba a nosotros. Nos abrazaban. Nos pedían perdón. Algunos nos contaron sus propias historias de pérdida y segundas oportunidades. El ambiente que había sido helado y lleno de juicios se transformó en algo cálido. En algo real.
Mi tía, que había sido la más dura en su oposición, no se despegó de Marcus en toda la noche. Le hizo prometer que la visitaría. Que la consideraría familia.
Cuando terminó la fiesta y quedamos solos, le pregunté por qué nunca me había contado toda la verdad sobre Emma y Claudia.
Marcus me miró con esos ojos que tanto amo.
“Porque tenía miedo de que me vieras diferente. De que me amaras por lástima y no por quien soy ahora.”
Le tomé la cara entre mis manos.
“Yo te amo por todo lo que eres. Por todo lo que has sido. Por todo lo que serás.”
Esa noche, acostados en la cama de un hotel modesto que habíamos podido pagar con lo poco que teníamos, Marcus me contó más sobre Emma. Sobre cómo le gustaba dibujar mariposas. Sobre cómo se reía cuando él hacía voces graciosas. Sobre cómo su último deseo fue que él fuera feliz.
Lloré con él. Por él. Por Emma. Por Claudia. Por todos los años de dolor que había cargado solo.
Pero también sonreímos. Porque Emma hubiera querido que fuéramos felices.