La sirvienta negra dormía en el suelo con el bebé — el multimillonario la vio… Y entonces ocurrió algo extraño…

Nada.

La bebé gritó en el momento en que se separó del pecho de Maya. Fue como si algo se rompiera.

Sus diminutas manos arañaban el aire. Sus sollozos eran agudos y desesperados.
—Shh. Lily. Shh. Está bien, cariño.

—Estoy aquí —susurró Nathaniel.

Pero la niña lloraba aún más fuerte, retorciéndose en sus brazos, con la cara enrojecida y sin aliento.

—¿Por qué no para? —Maya se quedó inmóvil, el corazón acelerado.

—Probé todo —dijo en voz baja—. Solo duerme si la sostengo. Eso es todo.

Él no respondió. Solo se quedó allí, con su hija llorando cada vez más fuerte.
—Devuélvemela —dijo Maya, firme y en voz baja.

La mandíbula de él se tensó.
—Te dije que me la devuelvas. Está asustada. La estás asustando.

Nathaniel miró a la niña, luego a Maya. Sus ojos eran de hielo, pero debajo había algo más: confusión, vacilación… y luego derrota.

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