La Riviera: El Secreto que Habla en Francés

El restaurante La Riviera ya estaba casi vacío cuando el sonido de un teléfono rompió el elegante silencio de la noche. Las copas limpias brillaban bajo la luz dorada de las arañas. El aire, denso con perfume caro, se quedó inmóvil.

A esa hora, solo algunos camareros recogían discretamente. Todo parecía normal. Hasta que Isabela, la joven camarera mexicana, contestó.

Ella pronunció solo algunas palabras en francés. Su voz sonaba tranquila, dulce, pero el detalle, el idioma, cambió el rumbo de esa noche.

A pocos metros, Vittorio Mancini, el hombre más temido de la costa oeste, levantó lentamente la mirada de su vaso de whisky. Sus ojos fríos se fijaron en ella con una curiosidad silenciosa. Él conocía ese idioma. No estaba acostumbrado a oírlo salir de la boca de una simple camarera.

El aire se volvió denso. El sonido de los pasos cesó.

Cuando Isabela colgó el teléfono, sintió el peso de su mirada en la espalda. El hombre tatuado de traje negro impecable, con las manos marcadas por la violencia y el rostro por la autoridad, se levantó.

Dio dos pasos en su dirección. El personal del restaurante desvió la mirada. Nadie osaba interferir cuando Mancini se movía.

“Usted,” dijo con voz ronca y baja, cargada de un acento italiano. “¿Dónde aprendió a hablar francés así?”

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