Y en ese instante recordaba lo que más le dolía.
Rex.
Un pastor alemán de mirada inteligente y orejas atentas que, durante años, había sido su sombra y su escudo. No era “un perro”. Era el compañero que detectaba lo que otros no veían. El que le había salvado la vida más de una vez. El que le avisaba cuando el peligro se escondía bajo la tierra o detrás de una puerta. El que, incluso en medio del caos, buscaba primero a Daniel con los ojos, como preguntando: “¿Qué hacemos, jefe?” Y Daniel, que había mandado hombres y coordinado maniobras, siempre se había sentido más humano cuando le hablaba a Rex.
Hasta el día en que todo terminó.
La última misión había sido corta en papel, eterna en realidad. Un convoy, una ruta marcada, un objetivo. Nada que no hubieran hecho antes. Y sin embargo… el mundo puede quebrarse en un segundo. Hubo una detonación, un estruendo que lo empujó lejos. Daniel sintió el aire volverse cuchillo. Cuando recuperó el sentido, su oído zumbaba y su cuerpo estaba cubierto de polvo. Gritó el nombre de Rex con una desesperación que aún le ardía por dentro. Lo buscó entre escombros, entre gritos, entre órdenes. Lo buscó hasta que lo apartaron porque también había hombres heridos. Lo buscó días, semanas, en su cabeza, en sus sueños, en cualquier rincón que le dejara la culpa.
Luego llegó el reporte.
“Caído en acción”.
Daniel leyó esas palabras como si fueran una sentencia. A partir de entonces, la guerra se le instaló también en el pecho. Porque perder a un compañero humano duele, pero perder a Rex era como perder la prueba de que, incluso en el infierno, existía algo puro. Y cuando por fin regresó a su país, todo el mundo le decía que estaba “a salvo”, pero nadie entendía que a veces uno vuelve y sigue perdido.
Por eso aquella tarde, buscando distraerse, Daniel caminó al centro y se sentó en una mesa al aire libre, frente a un café humeante. La calle estaba tranquila, casi adormecida. Miró el vaivén lento de un árbol, escuchó el tintinear de una cucharita, y por primera vez en días sintió que tal vez, solo tal vez, podía aprender a respirar de nuevo.