El sonido lúgubre de las trompetas fúnebres resonaba por los callejones estrechos, mezclándose con la suave lluvia que caía sobre un techo oxidado de lámina. En el centro del patio, un ataúd pintado de dorado descansaba sobre dos bancos de madera. Los dolientes llenaban el lugar, todos con la cabeza baja, llorando por Isela — la dulce y amorosa nuera que falleció durante el parto.
