La noche se deslizaba por las paredes del hospital como una sustancia viscosa…

La chica permanecía erguida, obstinada, con las botas mojadas y gotas de sangre en las mangas. En sus ojos reflejaba algo que él recordaba de sí mismo: la convicción de que vale la pena luchar por cada aliento.

Que la vida no es una estadística.

Se pasó la mano por la cara, sintiendo cómo le temblaban los dedos.

—¿Dónde está?

—Abajo —respondió la chica—. En una camilla. Hay que llevarlo al quirófano inmediatamente.

Lyudmila alzó las manos:

—¡Pero… esto no tiene sentido!

Anton la miró fijamente durante un largo rato.

—No tiene sentido cuando dejamos de intentarlo.

Se dio la vuelta y salió.

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