La noche se deslizaba por las paredes del hospital como una sustancia viscosa…

«Petya», susurró, «¿por qué volviste? ¿Por qué no antes? ¿Por qué ahora, cuando es demasiado tarde?».

Su hermano se removió levemente, con los párpados temblando.

«No es demasiado tarde», susurró, apenas audible. «Yo… quería… verte… con vida».

Sus labios se curvaron en una sonrisa.

Una sonrisa.

La misma sonrisa: desafiante, obstinada, como en su juventud.

«Te convertiste en… médico… Por fin lo lograste». —¿Y tú…? —Anton tragó saliva—. ¿Dónde has estado todos estos años?

—En todas partes. Y en ninguna.

—¿Por qué no volviste? Mamá te esperaba…

Pyotr cerró los ojos.

—Yo… no pude. Después de la cárcel… después… —su voz se quebró—. No quería que… me vieras así.

—¿Y ahora?

—Ahora… quería al menos que… me perdonaras.

Un silencio se extendió entre ellos como un hilo.

Solo el goteo intravenoso marcaba su ritmo constante.

Anton no sabía perdonar.

Leave a Comment