Estaba acostumbrado a salvar cuerpos, pero no almas.
Estaba acostumbrado a suturar heridas, pero este no era el momento.
Apretó los dedos de su hermano.
—No hay nada que perdonarte. Vive. Solo vive.
—No… —Pyotr sonrió—. La mía… ya la viví. Ahora te toca a ti… vivir. Por los dos.
El monitor emitió un pitido suave.
Su pulso se ralentizó.
Un golpe…
Pausa.
El segundo, más débil.
La paramédica se levantó de un salto y le tomó la presión arterial, pero todo estaba bien sin el equipo.
Anton se acercó más.
—Petya, ¿me oyes? No te atrevas a irte. ¿Me oyes? No te dejaré ir.
Y de repente, un susurro.
El último.