Anton miró a su hermano.
Pálido, casi transparente, era como si estuviera ya en otro mundo.
Y de repente, un leve movimiento de labios.
Apenas audible.
Un susurro.
«An… ton…»
Se quedó paralizado.
Apretó los puños.
«No hables. Guarda tus fuerzas».
Pero su hermano aún intentaba sonreír.
«Yo… sabía… que te… encontraría…»
Y de nuevo, silencio.
La máquina emitió un suave pitido.
El pulso era constante, débil, pero latía.
El paramédico se giró para no ver sus lágrimas.
Anton permaneció de pie, inmóvil.