La noche avanzaba y en la habitación solo quedaba la tenue luz amarillenta de la lámpara. Ella seguía acurrucada bajo las mantas, temblando. Me acerqué, puse mi mano sobre su hombro y le pregunté con suavidad:
— ¿Qué te pasa? Ya somos esposos, ¿acaso no confías en mí?
Marisol apretó los labios, con los ojos inundados de lágrimas. No dijo ni una palabra, solo tiró de la manta para cubrirse aún más. Ese silencio suyo hizo que mi corazón se agitara con más fuerza.
En un instante de enojo mezclado con curiosidad, decidí levantar la manta. Y en el momento en que lo hice… lo que apareció ante mis ojos me heló la sangre y me rompió el alma.
Sobre el cuerpo de Marisol había cicatrices antiguas, largas y cortas, marcadas en la espalda, en los brazos y en las piernas. Me quedé inmóvil, con el corazón apretado como si alguien lo estrangulara. Alcé la vista hacia el rostro de mi esposa: tenía los ojos cerrados y las lágrimas rodaban por sus mejillas, como si esperara un juicio inminente.
De inmediato solté la manta y me arrodillé frente a ella, con la voz quebrada:
— ¡Marisol… perdóname! Me equivoqué… ¡Por favor, perdóname!
Ella abrió los ojos, sorprendida. Tal vez no esperaba esa reacción. Con las manos temblorosas, tomé la suya y susurré:
— ¿Qué significan estas cicatrices? ¿Qué te pasó? ¿Por qué nunca me lo dijiste?
Después de un largo silencio, Marisol comenzó a relatar entre sollozos. Antes de conocerme, había tenido una infancia marcada por el dolor. Sus padres murieron cuando era niña y fue enviada a vivir con parientes lejanos. Pero en lugar de recibir cariño, la trataron como una carga, la obligaban a trabajar sin descanso y la maltrataban cruelmente. Cada cicatriz en su cuerpo era la huella de aquel pasado oscuro.
Al crecer, Marisol intentó escapar de esa pesadilla y llevar una vida normal. Sin embargo, los recuerdos quedaron grabados en lo más profundo de su corazón, llenándola de miedo, de vergüenza y de la duda de que alguien pudiera amarla de verdad. Cuando aceptó casarse conmigo, estaba feliz, pero también aterrada. Y aquella noche de bodas, los fantasmas de su pasado volvieron, impidiéndole entregarse.