En la pista de baile. El vals. Todo el salón observaba a la sirvienta en el vestido rojo bailando con el misterioso millonario.
“¿Cómo conoces a los Harrison?”
Isabella dudó. Honestidad. La única arma que le quedaba.
“Trabajo para ellos.”
“¿Y qué haces?”
“Soy su sirvienta.”
Esperó la mueca, el rechazo. En cambio, Nathan sonrió. Suavemente.
“Eso lo explica,” dijo.
“¿Explica qué?”
“Por qué eres la persona más real de esta sala.”
Las lágrimas ardieron. Ella parpadeó.
“Mi madre era sirvienta,” confesó Nathan. “Madre soltera. Murió antes de ver lo que construí. Lo hice para honrarla. Para demostrar que tu inicio no define tu final.”
Se detuvieron en medio de la pista. Ella le contó sus sueños. La universidad. El arte. La crueldad. Él escuchó. Cada palabra.