La Invitación Dorada: El Rescate de la Cenicienta Invisible

El Descenso

La mansión era un templo. Columnas blancas. Jardines perfectos. Afuera, un mar de metal brillante: Bentleys, Ferraris. Ella entró. Un murmullo. El silencio la siguió.

Subió al Gran Salón. Se detuvo en el umbral.

El candelabro. Cristales que atrapaban la luz, devolviéndola como mil puñales. Cientos de rostros. Falsos. Brillantes. Vacíos.

Y allí, los Harrison. La Familia Real de su infierno personal.

Tomó la primera bocanada de aire.

El silencio se hizo denso.

Una mujer en el centro. Vestido rojo. Elegancia atemporal.

La orquesta se apagó. Un acorde roto.

Todos los ojos. Doscientos ojos clavados.

El corazón de Isabella, un martillo contra sus costillas. No cedas. No llores.

Empezó a bajar. Un pie. Luego el otro. El mármol era resbaladizo. Cada paso, una eternidad. Cada segundo, un desafío.

Vio a Catherine Harrison. La copa de champán. El cristal resbaló.

¡Crash!

El eco en el silencio. El sonido del fracaso.

Amanda. La boca abierta. El teléfono colgando. La burla congelada en su rostro.

Isabella llegó al pie de la escalera. Un triunfo silencioso.

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