LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

Esa frase no se le iba de la cabeza. Daniela no estaría de acuerdo con esto. Claudia sabía que no era su culpa, que ella no estaba haciendo nada malo, pero también entendía cómo se veían las cosas desde afuera. Era la empleada, era la mujer que limpiaba los baños, no alguien con quien un hombre como Leonardo debía involucrarse y eso, aunque no lo quisiera aceptar, le dolía. Ese día salió de casa con Renata de la mano, como siempre, pero más callada.

No cantaban camino al camión. No jugaron a contar los coches rojos, solo caminaron en silencio mientras la niña la miraba de reojo, como preguntando si algo estaba mal. Claudia solo le acarició la cabeza y le dijo que estaba cansada, que todo estaba bien, pero no lo estaba. En su cabeza había un mar revuelto de dudas.

Al llegar a la casa, Marta la recibió con su sonrisa cálida de siempre, pero también con una mirada que decía más de lo que sus labios callaban. José les abrió el portón sin decir palabra, lo que era raro en él, y Claudia lo notó de inmediato. Algo estaba pasando. El ambiente no era el mismo. Era como si el aire pesara más de lo normal, como si todos supieran algo que ella no.

Se fue directo a la cocina a dejar sus cosas y luego al área de lavado. Mientras acomodaba los productos de limpieza, Marta se le acercó. Clau, ¿hablaste con el patrón? No, ¿por qué? Respondió un poco preocupada. Nada, solo se le nota raro. Desde el domingo está diferente. Claudia tragó saliva. No necesitaba más detalles. Sabía que Julieta había dicho algo, algo que había dejado marca.

Esa mañana trabajó en silencio, haciendo todo con más cuidado de lo normal. No quería equivocarse en nada. Leonardo no bajó, no asomó la cabeza, no preguntó por Renata. No hubo café en el jardín ni dibujos en el escritorio, nada. Era como si hubiera vuelto a ser el mismo de antes, el hombre silencioso, ausente, escondido en sus papeles.

A media mañana, mientras Renata dibujaba en su rincón de siempre, Claudia fue al comedor a limpiar los muebles. Al salir escuchó pasos. Era Leonardo. Venía bajando las escaleras con el rostro serio. No la miró. fue directo a la cocina, tomó una botella de agua del refrigerador y se sentó en la sala solo. Claudia lo observó desde lejos, dudando si acercarse o no. Respiró hondo y se animó. Buenos días, señor Leonardo. Él levantó la vista, asintió con la cabeza.

Buenos días, Claudia. Nada más. Ni una sonrisa, ni una pregunta, solo eso. Claudia sintió un vacío en el estómago. Se quedó parada unos segundos esperando algo, pero él solo volvió a mirar su celular. Se retiró sin decir más. Pasó la mañana y la tensión no bajó. Claudia intentó mantenerse fuerte, pero sentía como la inseguridad empezaba a invadirla.

Renata se dio cuenta, se acercó mientras ella doblaba ropa en el cuarto de lavado y le preguntó, “Mami, ¿leo ya no quiere jugar?” Claudia tragó saliva y se agachó a su altura. No lo sé, hijita. Tal vez tiene muchas cosas en la cabeza. ¿Está enojado contigo? No, mi amor, solo está ocupado. Renata no dijo más, solo se le subió a las piernas y la abrazó fuerte.

Claudia sintió que se le apretaba el pecho. Esa niña entendía más de lo que decía. Al final del día, antes de irse, Claudia se armó de valor. Tocó la puerta del despacho de Leonardo. Esperó. Pasa. Entró con pasos suaves. Leonardo estaba sentado en su silla con la computadora abierta frente a él. Perdón que lo moleste, solo quería saber si todo está bien.

Leonardo cerró la laptop y se quedó en silencio unos segundos antes de hablar. Sí, todo bien, ¿seguro? Sí, solo he estado pensando muchas cosas en poco tiempo. Claudia bajó la mirada. Entiendo. Leonardo la miró. Claudia, no quiero que pienses mal. No ha cambiado nada. Solo necesito espacio un poco. Ese espacio fue como una piedra en el pecho.

Claudia asintió tratando de no mostrar lo que sentía. Lo que usted diga. Buenas noches. Y salió. En el camino de regreso a casa. El silencio entre ella y Renata fue más largo que nunca. No hacía falta explicar nada. La niña lo sentía. Claudia miraba por la ventana del camión con los ojos brillosos y la mente revuelta.

Se sentía como si el piso se hubiera movido debajo de ella sin previo aviso. Esa noche, en la cama, abrazó a su hija más fuerte que de costumbre. No dijo nada, solo cerró los ojos y pensó que quizás lo de ellos solo fue un momento bonito, pero momentáneo, como un respiro entre tantas tormentas, una pausa nada más.

Pero muy en el fondo algo le decía que no era solo eso, que ese espacio no venía de él, que había algo más, alguien más, y que no iba a quedarse de brazos cruzados. Los días siguientes fueron duros. Claudia iba a trabajar con ese nudo en el estómago que no la dejaba tranquila.

Lo notaba en todo, en cómo Leonardo evitaba pasar cerca, en cómo ya no preguntaba por Renata, ni salía al jardín, ni se sentaba en el comedor a platicar como antes. Volvía a encerrarse en su despacho como en los primeros tiempos, solo que ahora dolía más porque ya sabían lo que era tenerlo cerca, reírse juntos, hablar como si no existiera ninguna diferencia entre sus mundos.

Y ahora todo eso estaba en pausa, o peor, en retroceso, Renata también lo sentía. Ya no jugaba con tanta emoción, no se acercaba a su rincón con la misma alegría. Preguntaba menos por Leonardo, pero su mirada siempre lo buscaba como si esperara verlo salir como antes, con un dibujo en la mano o una pregunta sobre Flores. Claudia le decía que estaba ocupado, que tenía mucho trabajo, pero en el fondo no sabía qué decirle.

No podía explicarle que tal vez estaban volviendo a ser invisibles hasta que un día todo reventó. Era miércoles y el clima estaba insoportable. Hacía calor, humedad y los nervios de Claudia no ayudaban.

Mientras limpiaba los marcos de las ventanas, Marta le comentó que Julieta había estado de nuevo por la noche, que no se quedó, pero sí hablaron largo rato. Claudia no dijo nada, solo siguió limpiando, pero por dentro hervía. Algo dentro de ella le decía que Julieta tenía que ver con ese cambio en Leonardo, que lo estaba presionando, manipulando o simplemente envenenando todo lo que apenas empezaba a nacer. Ese mismo día, Renata tropezó jugando y se raspó la rodilla.

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