Claudia volvió al cuarto con el corazón latiendo más fuerte de lo normal. se acostó junto a Renata, la abrazó y cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo se durmió sin miedo y allá afuera la tormenta seguía. El lunes por la mañana el sol volvió a salir con fuerza, como si la tormenta del viernes no hubiera existido.
El cielo estaba despejado, las calles ya no estaban encharcadas y la vida seguía como siempre. Pero dentro de Claudia algo había cambiado. Esa noche distinta que pasó en la casa de Leonardo le dejó muchas emociones revueltas. No podía dejar de pensar en la forma en que él le habló, en ese momento en que se tomaron de la mano, en ese silencio que compartieron.
No fue un beso, no fue una declaración, pero fue algo, algo real. Renata iba feliz, como todos los días. cantaba mientras caminaban rumbo a la parada del camión y le preguntaba a su mamá si podían volver a quedarse en la casa grande.
Claudia le respondió que no, que solo fue por la lluvia, pero por dentro no estaba tan segura de querer mantener esa distancia. Quería proteger a su hija, claro, pero también sentía que ya no era tan fácil separar todo lo que estaba pasando. El corazón no entendía de diferencias sociales, ni de sueldos, ni de pasados rotos. El corazón solo sentía. Al llegar a la mansión, José las recibió con la misma sonrisa de siempre.
Marta en la cocina preparando desayuno. Claudia dejó su bolsa, le dio a Renata sus cosas para dibujar y se puso a trabajar. Estaba barriendo el pasillo del segundo piso cuando escuchó la puerta principal abrirse. No le dio importancia al principio, pero en cuanto oyó la voz lo supo. Julieta había vuelto. Sus pasos eran distintos, tacones que resonaban con fuerza, con intención.
bajó del segundo piso y la vio entrando a la sala con un vestido entallado color vino y una bolsa de marca colgando del brazo. Saludó a Marta como si fueran viejas amigas, aunque nunca habían sido cercanas. Luego miró alrededor como si estuviera inspeccionando. Claudia siguió con su trabajo tratando de pasar desapercibida, pero no tuvo suerte.
Julieta caminó hacia ella con una sonrisa fingida y la saludó con un tono que parecía amable, pero traía veneno escondido. Buenos días, Claudia, ¿verdad? Claudia se limpió las manos con el trapo y respondió con respeto. Buenos días. Sí, señorita. Qué gusto que sigas aquí. Me habían contado que últimamente te has vuelto parte muy importante en la casa”, dijo con una voz suave, pero cargada de doble sentido. Claudia no respondió, solo bajó la mirada y siguió barriendo. Julieta no se movió.
“Debe ser bonito trabajar aquí, sobre todo cuando el jefe empieza a sonreír otra vez. Eso no se veía desde hace años.” Claudia levantó la mirada con calma, sin caer en provocaciones. “Solo hago mi trabajo, como siempre.” Julieta sonrió con los labios, pero no con los ojos. Claro, pero me imagino que no cualquiera logra hacer reír a Leonardo.
Eso no es parte del contrato, ¿o sí? Claudia sintió que la sangre le subía al rostro. No gritó, no respondió con enojo, solo respiró hondo y siguió con lo suyo, pero por dentro cada palabra le había calado. Más tarde, mientras preparaba las habitaciones de arriba, Renata corrió hacia ella con un dibujo en la mano. Mira, mami, es Leo y yo en el columpio. Claudia lo miró.
Era un dibujo sencillo de palitos, pero lleno de ternura. Ella lo abrazó y le dijo que estaba bonito. En ese momento, Julieta apareció en la puerta. Escuchó todo. Caminó hacia Renata con esa sonrisa falsa y se agachó para verla de cerca. “Así que tú eres la famosa Renata.
” La niña la miró con desconfianza y se escondió un poco detrás de su mamá. Julieta rió. No seas tímida. A mí también me gusta dibujar. Aunque claro, a tu edad solo dibujaba casas de muñecas. No millonarios en columpios. Claudia la miró directo. Ya no pudo quedarse callada. Con permiso, voy a seguir trabajando. Y se llevó a su hija. El ambiente cambió. Se sentía denso, tenso. Julieta no era tonta. Sabía lo que estaba haciendo.
Estaba marcando territorio. No porque quisiera a Leonardo, sino porque no soportaba que alguien como Claudia, una mujer sencilla, sin apellido, sin fortuna, tuviera lugar en esa casa. Esa tarde Leonardo llegó de una reunión, entró por la puerta principal, saludó rápido y fue directo a su estudio. Julieta lo siguió. Claudia alcanzó a verlos entrar.
No escuchó todo lo que hablaron, pero las voces se alzaron. Marta también lo notó. Desde la cocina, ambas intentaban fingir que no pasaba nada, pero los gritos bajitos se escuchaban igual. Tú sabes lo que haces. En serio, ¿crees que esto va a terminar bien? No es tu vida, Julieta.
Daniela no estaría de acuerdo con esto, ni con esa mujer ni con esa niña aquí. Daniela está muerta y tú no eres ella. Silencio. Después, pasos rápidos. Julieta salió del estudio con el rostro tenso. No dijo adiós. Solo agarró su bolsa, cruzó la sala con la cabeza en alto y salió. La puerta se cerró con fuerza. Leonardo no volvió a salir, se quedó encerrado en su estudio todo el resto de la tarde.
Claudia no se atrevió a acercarse, no quería empeorar las cosas, solo abrazó más fuerte a Renata esa noche cuando terminaron de limpiar. Ya de regreso en su casa, Claudia intentó no pensar demasiado, pero era imposible. Julieta no había venido a visitar, había venido a poner límites, a marcar su lugar, a recordarle quién era ella y quién no era Claudia, pero algo dentro de ella se encendió. No era rabia, era dignidad.
Ella no estaba ahí para robar nada, solo trabajaba, cuidaba a su hija y agradecía cada pequeño gesto de cariño que había nacido sin forzarse. No tenía planes, ni estrategias, ni juegos. Solo tenía su vida, su historia, su dolor y ahora una pequeña esperanza de que no todo estuviera perdido. Esa noche, mientras Renata dormía, Claudia miró por la ventana del cuarto y pensó en todo.
En Julieta, en Leonardo, en ella misma. No sabía que venía después, pero sí sabía algo. Nadie iba a hacerla sentir menos por ser quién era. Era martes y aunque el clima estaba tranquilo, Claudia sentía dentro del pecho una especie de zumbido que no la dejaba en paz. Había pasado el fin de semana entero dándole vueltas a lo que había ocurrido con Julieta, la forma en que la miraba, los comentarios venenosos disfrazados de amabilidad y lo más grave, lo que le había dicho a Leonardo.