LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

Desde que Julieta había vuelto a aparecer en la vida de Leonardo, todo se sentía más tenso. Ella entraba como si fuera la dueña de la casa y miraba a Claudia como si fuera un mueble viejo fuera de lugar. A Renata no le hablaba mucho, pero la observaba y eso bastaba para incomodarla. Esa mañana Claudia trató de no pensar en nada, solo en limpiar, cuidar a su hija y cumplir con su trabajo como cada día.

Renata estaba más tranquila de lo normal, quizás por el calor, quizás por ese presentimiento que a veces tienen los niños y no saben explicar. Jugaba en su rincón del jardín, pero sin tanta risa como otros días. A mediodía, el cielo empezó a nublarse de golpe, como si se fuera a caer todo de un momento a otro.

El viento se levantó fuerte y en menos de media hora comenzó a llover con ganas. Los truenos sacudieron los ventanales y los charcos crecieron rápido en el jardín. Claudia miraba desde la cocina con la frente pegada al vidrio. Sabía que esa lluvia no era de una hora, era tormenta larga. Y aunque lo primero que pensó fue en cómo iban a regresar a casa, no podía irse todavía. Le faltaban horas de trabajo.

A eso de las 5, mientras secaba el piso del comedor, Marta se le acercó y le dijo que Leonardo quería verla. Claudia pensó que se trataba de algún problema con Julieta, pero al entrar al estudio lo encontró solo. Sentado con la mirada fija en el ventanal, sin voltearla a ver, le preguntó si Renata tenía miedo a las tormentas.

Ella respondió que no mucho, que a veces se asustaba con los truenos, pero que si estaba con ella no pasaba nada. Entonces él la miró por fin. y le dijo que era mejor que se quedaran a pasar la noche, que no era seguro salir así. Claudia se quedó sin palabras. Nunca había dormido fuera de su casa desde que se había quedado viuda. Leonardo lo notó.

Se levantó de la silla y se acercó. Le dijo que no era una orden, solo una sugerencia, que si quería podía llamar a alguien para que las fueran a buscar, pero que por la lluvia lo veía complicado. Claudia bajó la mirada. Sabía que tenía razón. Salir con Renata bajo esa tormenta era peligroso. Aún así, se sentía incómoda.

Fuera de lugar. No era su casa, no era su vida, pero aceptó. Esa noche fue distinta desde el principio. Marta preparó una cena más ligera de lo normal, sopa caliente, pan y té. Renata comió tranquila, sentada en la mesa del comedor como si fuera cualquier otro día. Leonardo también cenó ahí sin su típico silencio.

Le preguntó a Renata sobre sus dibujos, sobre sus colores favoritos, sobre lo que quería ser cuando creciera. La niña dijo que quería ser astronauta o vendedora de paletas. Él rió. Claudia también. Después de cenar, Marta subió al cuarto de visitas y preparó una cama para ellas. Les dejó toallas limpias, una muda de ropa prestada y un bote pequeño de crema para la niña. Claudia le agradeció con una sonrisa apretada, sin saber bien qué decir.

Marta la miró con dulzura y solo dijo, “No te sientas mal. A veces la vida nos da descansos que no pedimos, pero que necesitamos.” La tormenta seguía fuerte. El sonido del agua cayendo era constante. Claudia se sentó en la cama con Renata, le quitó los zapatos, le peinó un poco el cabello húmedo con los dedos y le puso la pijama prestada. Renata, como si entendiera que esa noche era especial, no hizo preguntas.

Se acurrucó junto a su mamá y se quedó dormida en menos de 10 minutos. Claudia bajó por un vaso de agua. La casa estaba en silencio. Al pasar por la sala, vio luz en el estudio. Dudó, pero caminó hacia allá. Leonardo estaba sentado en el sofá con una taza en la mano. Le preguntó si quería un té.

Ella dijo que sí, sin pensar se sentó al otro lado del sillón, dejando espacio entre ellos. Por un momento, ninguno habló hasta que él rompió el silencio. Le dijo que era la primera vez en años que no se sentía solo, que no entendía bien lo que pasaba, pero que desde que Renata y ella estaban presentes, la casa ya no se sentía vacía.

Claudia no sabía qué responder, tragó saliva y bajó la mirada. Leonardo se inclinó un poco hacia adelante. Le preguntó si alguna vez había sentido que el tiempo se congelaba, que todo lo que dolía se quedaba en pausa por un momento. Ella asintió despacio. Dijo que cuando miraba a su hija dormir sentía algo parecido. Entonces él le dijo algo que la dejó helada. Me da miedo volver a sentir.

No lo dijo como confesión romántica ni como drama. Lo dijo con la voz baja, firme, con el cansancio acumulado de años en los hombros. Claudia lo miró por primera vez. Lo vio como un hombre real, no como el patrón, no como el millonario, no como el viudo, solo un hombre. Un hombre roto como ella. Ella le dijo que también tenía miedo.

Miedo de que algo bueno se deshiciera, de ilusionarse, de no ser suficiente, de que su hija se encariñara con alguien que no estaría ahí mañana. Leonardo cerró los ojos por unos segundos, respiró hondo y entonces, sin planearlo, sin pensarlo, sin adornos, se tomaron de la mano. No fue un gesto romántico de película, fue simple, sincero, dos manos encontrándose en mitad del silencio. No hubo palabras, no hicieron promesas, solo se quedaron ahí escuchando la lluvia golpear las ventanas, sintiendo por primera vez que había alguien que entendía lo que el otro cargaba por dentro. Pasaron así un rato largo. Claudia no sabía cuánto

tiempo, pero se sintió bien, como si ese espacio, por más ajeno que fuera, le diera un respiro que no recordaba haber tenido desde que perdió a su esposo. Leonardo no dijo nada más, solo se levantó, la miró y le dijo con suavidad que descansara, que cualquier cosa que necesitara, ahí estaba.

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