LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

No fue para dar una orden ni para preguntar algo del trabajo, fue para hablar. Le preguntó cómo estaba Renata, si se enfermaba seguido, si comía bien. Claudia respondió con desconfianza, sin entender por qué tanto interés. Leonardo se cruzó de brazos y dijo que había niños que no comían bien por falta de dinero o tiempo, que a veces la vida no daba para más. Claudia lo miró sorprendida.

No era común oírlo hablar así, como alguien que entendía lo difícil de vivir al día. Luego, sin más, se fue. Cada vez que se cruzaban, él tenía algo que decir, a veces un comentario del clima, otras veces sobre Renata. Un día incluso le preguntó si sabía cocinar albóndigas con Chipotle porque le recordaban a su mamá.

Claudia le dijo que sí, que era lo primero que había aprendido a cocinar cuando se casó. Él asintió, dijo que algún día le gustaría probarlas. y se fue. Eso la dejó pensando todo el día. Renata seguía ganándose a todos sin proponérselo. José, el guardia, le regaló una paleta de fresa a una tarde. Marta le empezó a guardar pan dulce del desayuno.

Incluso la señora Dolores, la señora mayor que venía a hacer arreglos de flores cada semana, le enseñó a cortar tallos y ponerlos en agua. La niña no causaba problemas, al contrario, hacía más fácil todo. Una mañana, Leonardo estaba en el jardín hablando por teléfono. Renata se le acercó con su cuadernito en la mano.

Claudia, que estaba limpiando ventanas, la vio y quiso correr a detenerla, pero se quedó quieta. Leonardo colgó la llamada y se agachó para ver el dibujo que Renata le enseñaba. Era un árbol con manzanas. Ella le explicó que era el árbol del jefe porque él mandaba en la casa. Él se rió. y le dijo que no mandaba tanto, que más bien todos hacían lo que querían. Renata le dijo que eso era bueno, porque si mandaba mucho se le iba la risa.

Claudia los miraba de lejos y no entendía cómo su hija tenía esa facilidad para decir cosas tan simples, pero tan ciertas. Leonardo no volvió a encerrarse tanto como antes. Seguía trabajando, claro, pero se tomaba pausas. Caminaba por el jardín, a veces hasta se sentaba en la banca donde Renata jugaba.

Una vez le contó que cuando él era niño también hacía montoncitos de piedras, pero su mamá se enojaba porque le ensuciaba los pantalones. Renata solo se rió y le dijo que ella no tenía papá, pero que su mamá nunca se enojaba. Leonardo se quedó serio, no dijo nada más, solo le revolvió el cabello. Ese día, en la noche, Claudia no pudo dormir. Se acordó de lo que dijo su hija, de cómo lo dijo.

Era cierto. Renata no tenía papá y ella trataba de no mostrarle esa ausencia, pero ahí estaba. Y sin buscarlo, sin saberlo, estaba encontrando una figura en Leonardo. Eso la asustaba porque sabía que no podían tener una vida ahí. Él era su patrón.

vivía en una casa que no era suya, con un hombre que venía de un mundo totalmente distinto. Una tarde, mientras Claudia lavaba los baños del segundo piso, Leonardo subió, se detuvo en la puerta y la saludó. Luego le preguntó si Renata ya iba al kinder. Claudia le dijo que no, que no tenía con qué pagar la inscripción. Él no dijo nada en ese momento, solo asintió y se fue.

Dos días después llegó Marta con una carpeta y se la dio a Claudia. Era un formulario de una escuela preescolar privada. Leonardo había hablado con la directora. Renata tenía lugar reservado, todo pagado. Claudia se quedó helada. Quiso ir a agradecerle, pero no lo encontró. Ese día no bajó. Lo vio solo de lejos hablando por teléfono en el balcón. No supo si debía alegrarse o no.

Era una ayuda, sí, pero también la hacía sentir comprometida. El ambiente en la casa ya no era el mismo. Marta puso una silla pequeña en la cocina para que Renata se sentara. José le hizo un columpio improvisado en una rama baja del árbol del fondo. Dolores le trajo un cuaderno nuevo con estampitas y Leonardo.

Leonardo no se reía siempre, pero ya no era ese hombre frío que pasaba sin mirar. A veces salía solo para ver qué hacía Renata. Un día le llevó un helado y le dijo que si no se lo comía rápido, se le iba a derretir como los problemas. La niña no entendió, pero rió igual. Y Claudia, aunque no decía nada, notaba todo, cada mirada, cada pequeño gesto. Se estaba formando algo, no sabía qué era, pero ahí estaba.

No era normal, no era común. Y eso la asustaba, porque cuando algo cambia demasiado rápido, a veces es señal de que algo viene a descomponerlo. Pero por ahora solo podía seguir, seguir limpiando, seguir cuidando, seguir observando como la presencia de su hija estaba sacando a todos de una rutina gris.

Empezando por el hombre que sin darse cuenta había vuelto a sonreír gracias a una niña de 4 años que solo quería jugar. Esa mañana el cielo amaneció nublado con un aire pesado, como de tormenta. Claudia salió de casa con Renata de la mano, caminando en silencio. No era un día normal. Desde la madrugada había soñado con su esposo con ese accidente que aún le dolía como si hubiera pasado ayer.

Se despertó con el pecho apretado, pero sin tiempo de ponerse a llorar. La vida no se detenía. En el camión, Renata no hablaba tanto como otros días. Iba mirando por la ventana medio dormida. Claudia se acomodó el suéter en los hombros tratando de pensar en otra cosa, pero no podía.

El recuerdo de la llamada que recibió aquella madrugada volvía como si fuera una película Su esposo iba manejando rumbo al trabajo. Llovía, se derrapó. Nunca llegó, nunca volvió. Desde entonces todo cambió. Al llegar a la casa de Leonardo, el ambiente también se sentía distinto. Estaba más silenciosa de lo normal. José lo saludó, pero sin esa sonrisa de siempre. Marta tampoco dijo mucho.

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