Gracias, Valeria. Lo guardaré para siempre. La niña subió a la cama con ayuda de Eduardo y se acurrucó junto a Mateo. Cuando regreses, vamos a jugar. Claro que sí. y te enseñaré ejercicios nuevos para que seas aún más fuerte. Sofía observaba la escena conmovida. Comenzaba a entender que el amor entre esos dos niños era genuino y especial. Mateo estuvo 5 días internado. Durante ese tiempo, Valeria retrocedió un poco en sus ejercicios, mostrando cuán importante era su presencia para su desarrollo.
Cuando Mateo finalmente regresó a casa, Valeria lo recibió con una alegría contagiosa. Ella había practicado caminar sola para sorprender a su amigo. “Mateo, mira nada más”, dijo ella dando varios pasos sin apoyo. Princesa, estás mejorando mucho. Esa noche, durante la cena, Sofía hizo un anuncio inesperado. Eduardo, Mariana, he tomado una decisión. Quiero mudarme de vuelta a Ciudad de México. Sofía, ¿estás segura? Preguntó Eduardo. Lo estoy. Quiero ser parte de la vida de Valeria, pero de la manera correcta.
No quiero quitársela a ustedes. Solo quiero estar cerca, acompañar su crecimiento y tu trabajo en Guadalajara. Conseguí un traslado a la oficina de Ciudad de México. Ya renté un departamento cerca de aquí. Mateo, que escuchaba la conversación, preguntó, “¿Doña Sofía va a vivir cerca de nosotros?” Así es, Mateo, “Y espero que podamos ser amigos.” Claro que sí. Todos somos amigos de Valeria, entonces también somos amigos entre nosotros. La simpleza de la lógica de Mateo hizo reír a todos.
En los meses siguientes se estableció una nueva dinámica familiar. Sofía visitaba a Valeria tres veces por semana, acompañaba algunas sesiones de fisioterapia y poco a poco construía una relación con su hija. Valeria comenzó a llamarla tía Sofía, lo que al principio le dolió, pero entendió que forzar un cambio sería perjudicial. Con el tiempo, la niña podría decidir cómo quería llamarla. Mateo siguió siendo el centro del progreso de Valeria. Ahora con 4 años y medio, se había convertido en una pequeña autoridad en fisioterapia infantil en el hospital.
Médicos residentes venían a observar sus técnicas y el Dr. Wong regresó dos veces para trabajar con él. Un día, durante una sesión particularmente productiva, Valeria logró correr unos cuantos metros. Era una carrera tan baleante e inestable, pero era correr. “Valeria corrió”, gritó Mateo eufórico. Todos los presentes en la sala aplaudieron. Eduardo lloró de emoción. Mariana grabó todo. Sofía, que estaba observando, también se conmovió. Papá, corrí”, dijo Valeria orgullosa. “Sí, lo hiciste, princesa. Papá está muy orgulloso.” Esa noche Sofía pidió hablar con Mateo en privado.
“Mateo, ¿puedo hacerte una pregunta personal?” “Claro. ¿No sientes celos de que yo regrese a la vida de Valeria?” Mateo pensó un momento. No, Valeria tiene un corazón muy grande. Hay espacio para muchas personas y mientras más personas la amen, mejor para ella. Eres un niño muy sabio. Mi mamá me enseñó que el amor no se hace pequeño cuando se comparte, crece. Sofía abrazó al niño finalmente entendiendo por qué él había logrado ayudar a Valeria de una forma que ningún médico pudo.
No eran solo las técnicas de fisioterapia, era el amor incondicional que le ofrecía. 6 meses después del regreso de Sofía, la familia recibió una noticia sorprendente. El Dr. Wong había conseguido una beca para que Mateo participara en un programa especial de fisioterapia infantil en Pekín, China. Es una oportunidad única, explicó el Dr. Wong. Mateo podría aprender técnicas avanzadas y convertirse en un fisioterapeuta especializado en el futuro. Pero solo tiene 4 años, protestó Mariana. Cinco ahora corrigió Mateo.
Cumplí años la semana pasada. Aún así es muy pequeño para viajar solo a otro país dijo Eduardo. Podrían ir con él, sugirió el Dr. Wong. El programa ofrece becas para familias también. Mateo se emocionó con la idea, pero al mismo tiempo se preocupó. ¿Y Valeria? ¿Quién la ayudará si me voy? Mateo, dijo Sofía. Valeria ya ha mejorado mucho. Ahora puede continuar los ejercicios con otros fisioterapeutas. Pero le prometí a mi mamá que cuidaría de ella. y cumpliste tu promesa, dijo Eduardo.
Valeria ahora corre, salta, juega como cualquier niña. Le diste el regalo de una vida normal. Además, añadió Mariana, sería solo por un año. Regresarías y podrías ayudar a muchos otros niños con lo que aprendieras allá. Mateo pasó días pensando en la propuesta. Finalmente decidió aceptar, pero con una condición. quería que Valeria entendiera y aprobara su viaje. En la conversación con Valeria, Mateo explicó que iría a estudiar a un lugar lejano para aprender a ayudar a más niños.
“¿Vas a regresar?”, preguntó Valeria. “Sí, regresaré y cuando vuelva sabré ejercicios nuevos para enseñarte.” Entonces puedes ir, pero tienes que prometer que volverás. Te lo prometo, princesa. La despedida fue emotiva. Todo el hospital se reunió para despedir a Mateo. Se había ganado el cariño de todos, desde los médicos hasta el personal de limpieza. Valeria, aunque triste, estaba orgullosa de su amigo. Mateo va a estudiar para ayudar a más niños como yo. Les contaba a todos. El doctor Alejandro, que antes se oponía a la presencia de Mateo en el hospital, dio un discurso conmovido.
Mateo nos enseñó que la medicina no es solo ciencia, también es corazón, dedicación y amor. Siempre será bienvenido en este hospital. Eduardo, Mariana y Mateo viajaron a China a principios del año siguiente. El programa era intensivo, pero Mateo mostró una capacidad extraordinaria para aprender. El Dr. Wong quedó impresionado con el progreso del niño. Mateo tiene un talento natural que veo en pocos profesionales titulados, le dijo a Eduardo. Será un fisioterapeuta excepcional en el futuro. Durante el año en China, Mateo mantuvo contacto regular con Valeria por videollamadas.