Y aunque por dentro la tensión crecía, por fuera mantenía el mismo porte erguido, la misma mirada segura. Estaba sola en ese momento, pero sabía que muy pronto todo cambiaría. Hagamos un juego para quienes leen los comentarios. Escribe la palabra galleta en la sección de comentarios. Solo quien llegó hasta aquí lo entenderá. Continuemos con la historia.
El ambiente del salón estaba cargado. Los candelabros de cristal iluminaban las mesas repletas de copas, pero la atención de todo seguía concentrada en el pequeño círculo donde Elena permanecía firme frente a la familia Keyer. Era como si el resto de la gala hubiera dejado de existir. Beatriz, con el rostro erguido y la voz templada, decidió llevar la situación más lejos.
“Escúchame bien, querida”, dijo acariciando lentamente su collar de perlas. Este no es un lugar para cualquiera. Has causado suficientes molestias. Lo mejor es que uses la puerta de servicio. Las palabras quedaron suspendidas en el aire como una orden disfrazada de cortesía. Valeria sonrió satisfecha disfrutando cada segundo del espectáculo.
Sí, será más rápido, añadió con sarcasmo. Así no arruinas más la velada con tu presencia. Algunos invitados rieron en voz baja, otros se miraron entre sí con incomodidad, pero ninguno se atrevió a contradecir a los queer. La influencia de esa familia pesaba demasiado.
Elena, con la mancha de vino todavía marcada en su vestido, respiró profundo. “No voy a salir por ninguna puerta de servicio”, respondió con claridad. “No soy una empleada del hotel. Vine como invitada y permaneceré aquí.” El guardia de seguridad miró a Beatriz esperando una señal. Ella sintió apenas con la cabeza.
El hombre se acercó un paso más con la intención de forzar la salida. “Le ruego que me acompañe, señora”, dijo en un tono bajo, casi avergonzado. Elena sostuvo su mirada. “No me voy a ir”, repitió con la misma firmeza que había usado antes. El guardia dudó, pero Beatriz se impacientó. ¿Acaso necesitas que lo repita? Le espetó con dureza. Llévala afuera.
Elena apretó el clutch con fuerza. Sintió que el guardia estaba a punto de tomarla del brazo nuevamente y por un instante el corazón le golpeó en el pecho. Pero antes de que pudiera ocurrir, su teléfono vibró dentro del bolso. Ese detalle le devolvió la calma. Adrián estaba cerca, muy cerca. Valeria aprovechó el momento para acercarse más.
“¿Sabes qué es lo peor de todo?”, dijo en voz baja, aunque lo suficiente para que varias personas alrededor escucharan. “¿Que de verdad piensas que puedes encajar aquí?” Elena levantó la vista hacia ella. “No necesito encajar en sus estándares para saber que merezco respeto.” Valeria sonrió con desdén y dio media vuelta, como si la respuesta no valiera la pena. Mientras tanto, Tomás continuaba transmitiendo.
Su teléfono mostraba que el número de espectadores no dejaba de aumentar. “Amigos, esto es histórico”, murmuraba con la sonrisa dibujada en el rostro. “No todos los días una desconocida desafía a mi familia en su propia gala.” Los comentarios en su directo se acumulaban a una velocidad impresionante. Algunos pedían que dejaran a Elena en paz, otros se burlaban del vestido manchado.
Pero lo que quedaba claro era que la situación ya no pertenecía solo al salón. El mundo digital estaba mirando. Un hombre joven sentado cerca del escenario susurró a su compañera. Esto se les está saliendo de control. Ella asintió preocupada. Los que ya están cabando su propia tumba. Elena escuchó parte del comentario y sintió un leve alivio. No todos compartían la crueldad de la familia anfitriona.
Beatriz, sin embargo, seguía convencida de que tenía el control. “No sé cuánto tiempo más vamos a tolerar este espectáculo”, dijo alzando la voz para que todos oyeran. Esta mujer está ensuciando el nombre de nuestra familia con su terquedad. Rafael asintió en silencio, apoyando a su esposa.
Valeria bebió un sorbo de champaña y sonrió como si estuviera disfrutando de un espectáculo privado. Elena miró a su alrededor. Sentía cada mirada sobre ella, cada susurro, cada risa contenida y aún así se mantuvo erguida. El vestido manchado no era nada comparado con la certeza de que en cuestión de minutos todo cambiaría. De pronto, el reportero de negocios que se encontraba en una esquina levantó la vista de su teléfono.
Había escuchado un detalle importante en la conversación de dos asistentes. El apellido Moretti abrió su libreta y comenzó a escribir con rapidez. Elena percibió ese movimiento. No estaba segura de qué significaba, pero sabía que ese hombre había conectado piezas que los demás aún no entendían. Tomás, mientras tanto, enfocó de nuevo a su madre.
“Miren la paciencia de Beatriz”, comentó a sus seguidores. “Cualquiera en su lugar ya habría mandado a sacar a esta mujer.” Elena sintió otra vibración en su clutch. Esta vez lo sacó con calma y miró la pantalla. Un mensaje de Adrián. “Estoy llegando. No te muevas.” Una leve sonrisa se dibujó en sus labios. guardó el teléfono y levantó la vista con renovada serenidad. Beatriz notó el gesto y arqueó una ceja.
Algo gracioso, querida. No, respondió Elena con la voz tranquila pero cargada de seguridad. Solo espero a alguien. El comentario despertó murmullos. Valeria rodó los ojos, segura de que se trataba de una excusa. Rafael frunció el ceño molesto por la insolencia y Tomás, curioso, aumentó el volumen de su transmisión. El salón entero parecía contener la respiración.
Nadie sabía que estaba a punto de pasar, pero todos sentían que la tensión estaba a punto de romperse. Uno de los empleados, un joven con chaqueta de servicio, caminaba rápido hacia el vestíbulo cuando se topó de frente con Adrián Moretti.
El magnate acababa de llegar, impecable con su traje oscuro a la medida, la camisa blanca reluciente y una corbata azul que resaltaba su porte imponente. Su reloj suizo brillaba bajo la luz tenue del pasillo. “Señor Moretti”, dijo el empleado casi sin aliento. “Disculpe, pero necesito informarle algo.” Adrián se detuvo en seco, notando la urgencia en su voz. ¿Qué sucede? El empleado dudó un segundo antes de hablar.
Su esposa, la señora Moretti, está en el salón. Ha habido un problema. Los ojos grises de Adrián se entrecerraron. Explíquese. Algunos invitados la han cuestionado. Dicen que no pertenece al evento y alguien provocó que un camarero derramara vino sobre su vestido. Desde entonces la han estado humillando.
Un silencio denso siguió a esas palabras. Adrián apretó la mandíbula. Por un momento, sus pasos parecieron detenerse como si necesitara controlar la rabia que le hervía por dentro. Luego asintió con firmeza. Gracias por avisarme. El empleado se apartó nervioso mientras Adrián retomaba el paso con decisión. Dentro del salón, las risas seguían flotando en el aire.
Elena permanecía en el mismo lugar, firme, observada como si fuera un espectáculo. Los queer, satisfechos con lo que consideraban una victoria, continuaban con su papel de jueces implacables. De pronto, las puertas del salón se abrieron con un golpe seco. El sonido de los tacones sobre el mármol se mezcló con el eco de los pasos de un hombre.
Todas las cabezas se giraron hacia la entrada. Adrián Moretti apareció en el marco de las puertas con la postura erguida y la mirada fija. Su sola presencia cambió la atmósfera. El murmullo se apagó poco a poco hasta convertirse en un silencio expectante. Elena levantó la vista y lo vio. Una oleada de alivio recorrió su cuerpo.