Fue un acto de suprema dignidad.
La libertad, lograda en diciembre de 1846, desató un huracán de ambición. Ruth estableció una cadena de cinco tiendas especializadas por toda Carolina del Sur: una para soldados, una para granjeros, una para mujeres. Creó el primer sistema organizado de entregas a domicilio del sur, décadas antes de que fuera común.
El prejuicio fue brutal. Los proveedores blancos se negaban a venderle; los bancos le negaban préstamos. Su respuesta fue crear una red de “hombres de paja”: blancos pobres que prestaban sus nombres a los negocios a cambio de pagos mensuales. Oficialmente, ellos eran los dueños; en la práctica, Ruth controlaba cada centavo.
Cuando estalló la Guerra Civil en 1860, Ruth vio la mayor oportunidad de su vida. Aseguró contratos exclusivos para suministrar uniformes, botas y raciones al ejército Confederado. Su estrategia era audaz: ofrecía precios un 30% más bajos, pero exigía el pago completo por adelantado.
Pero Ruth hizo algo más. Usando su red de testaferros, comenzó a venderle en secreto también al ejército de la Unión. La misma mujer que suministraba uniformes grises a los confederados enviaba equipo azul a las tropas federales. Era una operación de doble beneficio y riesgo extremo.
En 1863, casi fue descubierta. Investigadores de ambos ejércitos notaron similitudes sospechosas en los productos. Ruth tuvo que quemar documentos, sobornar funcionarios y trasladar operaciones enteras en mitad de la noche.
Durante esos años caóticos, mientras el Sur se desintegraba, Ruth implementó su estrategia final. Los dueños de plantaciones blancos, arruinados por la guerra, vendían sus propiedades a precios absurdos. Ruth adquirió tres plantaciones enteras por solo $5,000 cada una; propiedades que antes valían $50,000.