La esclava enferma fue vendida por dos monedas, pero lo que ocurrió después dejó a todos sin aliento.

Incluso los otros esclavos la evitaban. “Esa tiene un pie en la tumba”, susurraban.

Pero mientras todos veían a una mujer rota esperando la muerte, algo extraordinario bullía tras esos ojos aparentemente vacíos.

Thomas Mitchell llegó al mercado con $50. Viudo desde hacía dos años, luchaba por mantener a flote su pequeño almacén y necesitaba mano de obra barata. Fue en la sección de “desechos” donde vio a Ruth.

El subastador, Moses Hartwell, se burló. —Lleva aquí dos meses. Nadie la quiere. Además de enferma, es rebelde. Intentó escapar tres veces de la última plantación.

Thomas notó las cicatrices, no solo de látigo, sino de hierros candentes. —¿Cuánto por ella? —preguntó Thomas, más por curiosidad morbosa que por interés. —Dos dólares, y aun así sales perdiendo —escupió Moses—. No durará la semana.

Los otros compradores se rieron. Pero algo en la mirada de Ruth intrigó a Thomas. No era resignación; era cálculo. Contra toda lógica, Thomas sacó dos monedas de plata y se las entregó.

—Trato hecho —dijo Moses—. Acabas de tirar dos dólares a la basura.

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