—Puedo ayudarte, Sarah —dijo con voz calmada pero firme—. Pero la ayuda tiene un precio.
Ella parpadeó, confundida.
—¿Qué quiere decir?
Los labios de Jonathan se curvaron en una leve sonrisa.
—Si quieres el dinero para el tratamiento de tu madre, tendrás que hacer un trato conmigo. Un… trato personal.
El corazón de Sarah latía con fuerza en su pecho.
—¿Qué está pidiendo? —susurró.
Los ojos de Jonathan no se apartaron de los de ella, su mirada firme.
—Quiero que pases una noche conmigo. Una noche, y el tratamiento de tu madre quedará cubierto. Todo estará arreglado. Sin ataduras, solo una transacción de negocios.
Sarah se quedó atónita. Una ola de vergüenza la invadió, pero al mirar la foto de su madre enferma en su cartera, comprendió que no había otra opción. La vida de su madre estaba en juego, y ella haría lo que fuera necesario para salvarla. Sabía que estaba mal, pero en ese momento aceptó.
Esa noche, Sarah se encontró en el lujoso ático de Jonathan, con el corazón dividido entre la culpa y la desesperación. La velada transcurrió en un borrón, y cuando salió de su apartamento en las primeras horas de la mañana, se sintió vacía, como si algo le hubiera sido arrebatado para siempre.
Los días siguientes fueron un torbellino. La madre de Sarah comenzó su tratamiento, y por un breve momento ella se permitió creer que todo iba a estar bien. Pero cuando vio a Jonathan en la oficina el lunes siguiente, su comportamiento había cambiado por completo. Estaba distante, frío, y la trataba como si nada hubiera pasado. La calidez y compasión que había mostrado durante su conversación habían desaparecido, reemplazadas por una profesionalidad seca y autoritaria.
Sarah intentó acercarse a él una mañana para agradecerle su ayuda, pero apenas la reconoció.
—Sarah, si necesitas algo más, sabes dónde encontrarme —dijo con brusquedad, antes de darse la vuelta para seguir trabajando.
Los días se convirtieron en semanas, y Sarah no podía sacudirse la sensación de haber sido usada. Había sacrificado una parte de sí misma por el bienestar de su madre, pero ahora, viendo cómo Jonathan la trataba como a una simple empleada, la culpa la devoraba. No entendía cómo podía ser tan indiferente.
Una tarde, después de un día agotador, Sarah se encontró frente a la puerta de la oficina de Jonathan. Sabía que tenía que enfrentarlo, saber por qué había actuado así después de lo que había pasado. Con un profundo suspiro, golpeó y entró sin esperar respuesta.
Jonathan levantó la vista, frunciendo el ceño al verla.