La doncella desesperada se acuesta con su jefe millonario para conseguir dinero y curar la enfermedad de su madre — pero ¿qué revela él después de dejarla en lágrimas…


—¿Qué pasa, Sarah?

Ella dio un paso al frente, con la voz temblorosa entre la frustración y el dolor.
—¿Por qué me tratas así? Me pediste algo… algo de lo que me arrepiento, y a cambio ayudaste a mi madre. Pero ahora siento que para ti todo fue un juego.

Jonathan se levantó de su escritorio y caminó hacia donde ella estaba. Su rostro era inescrutable.
—Sarah, tienes que entender algo. Hice lo que hice porque podía, no porque me importaras. Nunca se trató de ti. Se trataba de poder. De tener control sobre alguien desesperado. Tú necesitabas algo, y yo te lo di. Fin de la historia.

Sarah sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. El hombre que había pensado capaz de compasión resultaba ser un calculador sin alma. Se sintió humillada, traicionada, y lo peor, como un simple peón en un juego en el que nunca aceptó participar.

Salió de la oficina con el corazón destrozado. Caminó por los pasillos de Blackwood Enterprises con una sensación de pérdida profunda. El dinero había salvado la vida de su madre, pero ¿a qué costo? Había sacrificado su dignidad, su respeto propio y, ahora, su confianza en los demás.

Días después, de regreso a casa, recibió una llamada del hospital. La condición de su madre había mejorado notablemente, y los médicos eran optimistas sobre su recuperación. Pero aunque su madre se estaba recuperando, Sarah no lograba librarse del vacío que sentía por dentro.

Esa noche, sentada en su pequeño apartamento, miró el teléfono que vibraba con un mensaje de Jonathan. Era breve:
“El tratamiento de tu madre está cubierto. No espero nada a cambio.”

Los ojos de Sarah se llenaron de lágrimas, no de gratitud, sino de la abrumadora sensación de haber sido usada. Había sido parte de una transacción, un trato hecho por un hombre que la veía como una herramienta para conseguir lo que quería. Y ahora, incluso con la mejoría de su madre, no podía deshacer la decisión que había tomado.

Mientras se secaba las lágrimas, comprendió que el verdadero costo del acuerdo no era el dinero ni el tratamiento: era la parte de sí misma que había perdido en el proceso. El poder que Jonathan había tenido sobre ella ya no existía, pero las cicatrices emocionales tardarían mucho más en sanar. Y aunque su madre viviría, Sarah sabía que ella nunca volvería a ser la misma.

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