Camila dormía profundamente, conectada a los monitores, su respiración estable, pero débil. Clara estaba junto a la cama con la cabeza recostada en el borde, acariciando con suavidad la mano de la niña. El cansancio se le notaba en las ojeras, pero no se movía ni un centímetro. Parecía que si se apartaba un instante, la pequeña podría perderse de nuevo. La puerta se abrió de golpe. Alejandro entró con pasos firmes, acompañado por el director del hospital.
Su mirada era una mezcla de furia y orgullo herido. “Sal un momento”, ordenó al director. El hombre obedeció dejando a Clara y Alejandro solos en la habitación. Clara levantó la cabeza, sorprendida por la brusquedad. ¿Qué ocurre? Alejandro se acercó lentamente, sus ojos fijos en ella, como si analizara cada gesto. Ya sé quién eres.
Clara tragó saliva, pero no apartó la mirada. Ah, sí, no eres una simple empleada, continuó él con voz baja, pero cargada de rabia. Trabajaste en este hospital, fuiste enfermera. El silencio cayó como un cuchillo. Clara cerró los ojos como si una herida antigua se abriera de nuevo.
Eso fue hace mucho tiempo, respondió finalmente. Alejandro apretó los puños. ¿Y por qué lo ocultaste? ¿Qué buscabas entrando en mi casa como si fueras una sirvienta? ¿Qué pretendes de mi hija? De mí. Clara se levantó despacio de la silla con las manos temblando, pero la voz firme. No pretendo nada, solo trabajo para comer.
Mentira, rugió Alejandro golpeando con el puño la varanda de la cama. El sonido retumbó en la habitación. Camila se removió en sueños, pero no despertó. “Mentira”, repitió Clara con lágrimas brillando en los ojos. “¿Sabe que es mentira, Sr. Vega? que la justicia sea igual para todos.
¿Quiere que le cuente por qué ya no estoy en este hospital? Alejandro no respondió, pero sus ojos exigían una explicación. Clara respiró hondo. Yo denuncié a un médico. Un niño murió en sus manos por negligencia. Tenía pruebas, tenía testigos, pero él era poderoso. Lo protegieron y a mí me destruyeron. Alejandro frunció el ceño confundido. ¿Te destruyeron? Sí, perdí mi trabajo, mi reputación.
Me cerraron las puertas en todos los hospitales y lo peor, me hicieron creer que mi voz no valía nada porque no tenía dinero para respaldarla. Su voz se quebró. El dolor que llevaba años escondido emergía como lava. Ese día entendí que en este mundo decir la verdad puede costarte todo. Alejandro la observaba con los ojos abiertos, incrédulo.
Nunca nadie le había hablado con tanta crudeza. Parte de él quería creerla, pero otra parte lo resistía. Su orgullo no le permitía aceptar que esa mujer humilde y rota, tuviera más valor del que él jamás mostró. Entonces dijo con un tono entrecortado, “Ahora qué haces. ¿Vienes a usar a mi hija para limpiar tu nombre? Clara lo miró con rabia contenida.
No, su hija no es una herramienta para nada. Es una niña, una niña que necesita que alguien la mire más allá del dinero y las apariencias. El silencio fue brutal. Alejandro apretaba los dientes luchando contra sí mismo. “No te creo”, susurró finalmente con la voz helada. No puedo creer en alguien que ocultó quién era.
Clara cerró los ojos como si una espada le atravesara el pecho. No me importa que me crea o no, yo sé lo que vi en su hija. Una vida que pedía a gritos no ser abandonada. Alejandro retrocedió un paso desbordado de ira y confusión. Te quiero fuera. En cuanto mi hija despierte, desapareces de este hospital y de mi casa. Las lágrimas finalmente cayeron por el rostro de Clara. Pero no bajó la cabeza.
Puede echarme de su mansión, señor Vega, pero nunca podrá borrar lo que pasó aquí. Yo salvé a su hija cuando nadie más movió un dedo. Alejandro la miró por última vez con el rostro endurecido y salió de la habitación cerrando la puerta con fuerza. Clara se dejó caer en la silla temblando. Miró a Camila, dormida y frágil y susurró con la voz rota.
Lo siento, pequeña, tal vez pronto no pueda estar a tu lado. Pero lo que Clara no sabía era que en la puerta una figura pequeña había escuchado todo. Lucía, la prima de Camila, que había venido a visitarla, había oído la discusión completa. Y al día siguiente esas palabras llegarían a oídos de la niña que se aferraría a Clara más que nunca.
El amanecer entró tímido por la ventana del hospital. Camila abrió los ojos por primera vez en horas. con la mirada cansada, pero viva. A su lado, Clara la observaba como si aquel momento fuera el respiro que había estado esperando toda la noche. “Hola, pequeña”, susurró con ternura, acariciando su cabello.
La niña intentó hablar, pero apenas un murmullo salió de sus labios. “¡No te vayas!” Las lágrimas brotaron en los ojos de Clara. “No me iré”, prometió, aunque sabía que esa decisión no estaba en sus manos. La puerta se abrió y Alejandro entró. El traje impecable, aunque las ojeras delataban que tampoco había dormido. Llevaba flores en la mano, un gesto torpe que nunca solía tener.
Sonrió débilmente al ver a su hija despierta. “Hija”, dijo con voz quebrada acercándose. Camila giró la cabeza lentamente hacia él y con un hilo de voz preguntó, “¿Dónde estaba?” Alejandro sintió que las palabras lo atravesaban como un cuchillo. No supo que contestar. Antes de que pudiera decir algo, Camila añadió, “Ella así estuvo.” Señaló a Clara con sus dedos delgados.
Alejandro apretó los labios, respiró hondo y se acercó a la cama, intentando recuperar su autoridad. “Hija, tienes que descansar.” Clara ya cumplió su parte. Ahora los médicos y yo nos encargaremos. Camila abrió los ojos de par en par y con una fuerza que nadie esperaba, gritó con su voz quebradiza.
No, no quiero que se vaya. El corazón de Alejandro dio un vuelco. Clara contuvo la respiración con la mirada fija en la niña. Camila intentó suavizar Alejandro. Yo soy tu padre. Yo sé que es lo mejor. Pero la niña se aferró con ambas manos a la muñeca de Clara, como si su vida dependiera de ello. “Papá, si ella se va, yo también me voy.
“La frase cayó como un trueno en la habitación. Alejandro retrocedió un paso impactado. “¿Qué estás diciendo?”, Balbuceó. Camila, con lágrimas en los ojos, repitió, “Quiero que ella se quede conmigo.” El silencio era tan pesado que el pitido del monitor parecía un martillo. Clara temblaba sin saber qué decir.