La Contrató para Limpiar, pero Ella le Devolvió la Alegría a su Hijo sin Brazos…

En entradas posteriores, Amalia mencionaba a Lucía varias veces. Admiraba la forma en que Lucía trataba a los niños con paciencia y respeto, sin menospreciarlos nunca. En una entrada, Amalia escribió sobre ver a Lucía enseñar a un niño a usar un juguete adaptado, animándolo hasta que pudo manejarlo por su cuenta.

La forma en que lo describía sonaba casi como los momentos que Héctor había visto entre Lucía y su propio hijo. Luego encontró una línea que lo hizo detenerse por completo. Si alguna vez me pasa algo, espero que alguien como Lucía encuentre a nuestro hijo. La leyó de nuevo para asegurarse de que no la había imaginado. Las palabras eran simples, pero el significado era profundo.

Era como si Amalia hubiera dejado un deseo, uno que la vida ahora había concedido de una manera inesperada. Héctor se reclinó sosteniendo el diario abierto en su regazo. El desván se sentía más silencioso que antes. Pensó en toda la tensión y la duda que había sentido desde que llegó Lucía, cómo había cuestionado su lugar en la casa, preocupado de que se estuviera extralimitando.

Ahora, leyendo las palabras de Amalia, esas preocupaciones se sentían diferentes. Esto no era solo un encuentro casual. De alguna manera, a través de caminos que no podía explicar, Lucía había regresado a su vida y a la de su hijo, cumpliendo algo que Amalia una vez había esperado. Se imaginó a su esposa escribiendo esa línea atrás, sin saber nunca cómo o si se haría realidad.

El pensamiento de que ella podría haber confiado en Lucía, incluso entonces le trajo una inesperada sensación de calma. Durante un buen rato, Héctor se quedó allí leyendo más entradas, reconstruyendo momentos de la vida de Amalia que no conocía. Cada página pintaba una imagen más clara de la conexión que había sentido con Lucía.

No era amistad en el sentido casual, era respeto, confianza y fe en su carácter. Se dio cuenta de que tal vez por eso su hijo había respondido a Lucía de forma tan natural, porque ella llevaba la misma energía que Amalia había valorado tan profundamente. Héctor cerró el diario suavemente, apoyando la mano en la cubierta.

La línea sobre alguien como Lucía permaneció en su mente, pero ahora sabía que no era solo alguien como ella. Era ella. Ella era la indicada. Esa verdad lo dejó a la vez inquieto y extrañamente tranquilo. Antes de abandonar el desván, Héctor volvió a colocar los diarios en la caja pequeña, pero no la escondió de nuevo en lo profundo de las pilas.

En su lugar, la colocó cerca del frente, donde pudiera encontrarla fácilmente. Llevando la fotografía que había venido a buscar originalmente, bajó las escaleras con un peso diferente en su mente. El día había comenzado como una simple búsqueda de una foto, pero le había dado algo mucho más grande, una nueva forma de ver a la mujer que trabajaba en su casa.

Al pasar por el salón y ver a Lucía ayudando a su hijo con un rompecabezas, comprendió que su presencia no era una coincidencia, era de alguna manera el deseo de Amalia hecho realidad, un puente entre el pasado y el presente, y por primera vez se sintió preparado para aceptar esa verdad. Héctor había estado pensando durante varios días en lo que había leído en los diarios de Amalia.

Y en todo lo que había presenciado desde que Lucía entró en sus vidas, los recuerdos de sus dudas iniciales y su fría distancia se sentían extraños ahora, casi vergonzos. Ya no podía negar los cambios en su hijo, la nueva confianza, la energía más brillante, la forma en que esperaba cada día con una curiosidad que Héctor no había visto en años.

Una noche después de la cena, le pidió a Lucía que se reuniera con él en el estudio. Ella entró esperando una breve conversación sobre el trabajo o el horario, pero él la sorprendió diciendo que quería ofrecerle un nuevo rol. le explicó que quería que fuera la cuidadora a tiempo completo de su hijo, de manera oficial y permanente.

Lucía parpadeó claramente sorprendida y preguntó si estaba seguro. Héctor le dijo que estaba más que seguro. Había visto con sus propios ojos cuánto le había dado a su hijo y confiaba en ella por completo. añadió que esto no era solo un trabajo, era un reconocimiento del lugar que se había ganado en sus vidas. Lucía escuchó en silencio y luego sonrió.

Aceptó la oferta sin dudarlo, pero le dijo que aún quería seguir haciendo sus tareas de limpieza. “Me calma”, dijo simplemente. Y Héctor asintió, respetando su elección. Con el nuevo rol de Lucía, el ritmo de la casa comenzó a cambiar casi de inmediato. Las comidas, antes silenciosas y formales, se convirtieron en momentos de conversación y risas.

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