Lucas sonrió.
— No pasa nada, mamá. Todos necesitamos tiempo para entender lo que no conocemos.
Lucas sonrió.
— No pasa nada, mamá. Todos necesitamos tiempo para entender lo que no conocemos.
A la mañana siguiente, cuando Clara se levantó, ya había olor a café. Entró en la cocina sorprendida: Marta estaba allí, vestida de manera sencilla, sin rastro de hostilidad.
— Buenos días, — saludó Clara.
— Buenos días, — respondió Marta, sirviéndole una taza. — Te hice café. Vi en internet algunas cosas sobre lo que haces… eso del diseño. No sabía que fuera tan complicado.
Clara la miró con sorpresa.
— Gracias, — dijo sonriendo suavemente. — Sí, no es fácil. Pero me gusta.
Marta asintió. — Ahora entiendo un poco mejor. Supongo que cada época tiene su manera de trabajar.
Con los días, la tensión empezó a desvanecerse. Marta ya no hacía ruido a propósito, ni lanzaba comentarios hirientes. A veces, incluso le llevaba una taza de té a Clara mientras trabajaba, o cerraba la puerta para que no se oyera el aspirador del vecino. Las dos aprendían una nueva rutina, más silenciosa, más humana.
Una tarde, Clara oyó a Marta hablando por teléfono con una vecina:
— Sí, mi nuera trabaja desde casa. Diseña cosas, logotipos, imágenes para empresas. Y gana bien, ¿sabes? — decía con orgullo. — Yo antes pensaba que era perder el tiempo, pero la he visto trabajar. No se levanta del ordenador en todo el día. Es una trabajadora de verdad.
Clara sonrió. Aquellas palabras valían más que cualquier disculpa.
Con la llegada de la primavera, Clara recibió un contrato importante de una empresa francesa. El proyecto era grande y exigente, pero también muy bien pagado. Cuando se lo contó a Lucas y Marta, la respuesta de su suegra fue breve, sincera:
— Me alegro mucho por ti, Clara. Te lo mereces.