La continuación de la historia

Las semanas siguientes transcurrieron tranquilas. En el trabajo, Emma prosperaba: cada nueva responsabilidad era una confirmación de su valor, no una carga.

Por las tardes iba a la piscina, y los domingos desayunaba con Hanna en una pequeña cafetería junto al puerto.

Un fin de semana, mientras caminaba junto al Elba, Emma sintió por primera vez que la libertad no era una huida, sino un espacio: amplio, respirable, suyo.

Y justo entonces ocurrió algo inesperado.

Un mensaje de un número desconocido.

«Soy tu padre. Sé que empezaste una vida nueva y no quiero estropearla. Solo… quería saber si estás bien.»

Emma se detuvo en seco. Su padre no le había escrito en años. Cada palabra parecía temblar, como la llama tímida de una vela en una habitación oscura.

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