Una tarde, después de una larga jornada en la oficina, Hanna notó su mirada cansada.
— ¿Otra vez él?
Emma asintió. — Ya no siento nada. Y eso… me asusta un poco. Es como si lo hubiera enterrado todo.
Hanna se encogió de hombros con su habitual calma práctica.
— Eso no es miedo, es sanación. Cuando algo deja de doler, es porque la herida empieza a cerrar.
Emma sonrió débilmente. — ¿De verdad lo crees?
— Lo sé. Y créeme: si de verdad hubiera querido tenerte a su lado, nunca te habría empujado a una vida en la que estabas sola incluso dentro de tu propia casa.
Esas palabras resonaron en Emma durante días.
\Después de casi dos meses, el tono de los mensajes de Luca cambió. Empezaron a llegar fotos. Su antiguo salón. El portal mojado por la lluvia. El escritorio donde había pasado tantas noches revisando documentos. Sus flores del balcón, marchitas y olvidadas.