¿Qué harías si fueras una humilde mesera y vieras a la madre sorda de un billonario siendo ignorada por todos en un elegante restaurante? Elena jamás imaginó que usar lenguaje de señas cambiaría su vida para siempre. El reloj del restaurante marcaba las 10:30 de la noche, cuando Elena finalmente pudo sentarse por primera vez en 14 horas.
Sus pies ardían dentro de los zapatos desgastados y su espalda le suplicaba un descanso que no llegaría pronto. El restaurante La Perla del Caribe, ubicado en el corazón de la zona hotelera de Cancún, atendía exclusivamente a la élite económica. Las paredes de mármol brillaban bajo las lámparas de cristal y cada mesa tenía manteles de lino y cubiertos de plata maciza. Elena limpiaba una copa de cristal que valía más que su salario de un mes. La señora Herrera entró como una tormenta vestida de negro.
A sus 52 años había convertido la humillación de los empleados en un arte. Elena, ponte el uniforme limpio. Pareces una indigente, espetó con voz cortante. Este es mi único uniforme limpio, señora. El otro está en lavandería, respondió Elena con calma. La señora Herrera se acercó con pasos amenazantes. ¿Me estás dando excusas? Hay 50 mujeres que matarían por tu trabajo. Lo siento, señora, no volverá a suceder, murmuró Elena. Pero por dentro su corazón latía con determinación férrea. Elena no trabajaba por orgullo, trabajaba por amor puro a su hermana menor, Sofía.
Sofía tenía 16 años y había nacido sorda. Sus ojos expresivos eran su forma de hablar con el mundo. Después de que sus padres murieran cuando Elena tenía 22 años y Sofía apenas 10, Elena se había convertido en todo para esa niña. Cada insulto que soportaba, cada hora extra, cada doble turno que destrozaba su cuerpo. Todo era por Sofía. La escuela especializada costaba más de la mitad del salario mensual de Elena, pero ver a su hermana aprender y soñar con ser artista valía cada sacrificio.
Elena regresó al comedor cuando las puertas principales se abrieron. El metre anunció, “Señor Julián Valdés y la señora Carmen Valdés. El restaurante entero contuvo la respiración. Julián Valdés era una leyenda en Cancún. A sus 38 años había construido un imperio hotelero. Vestía un traje armani gris oscuro y su presencia llenaba el espacio con autoridad natural. Pero la atención de Elena estaba en la mujer mayor que caminaba a su lado. La señora Carmen Valdés tendría unos 65 años con cabello plateado y un elegante vestido azul marino.