“Quiero leer el documento primero”, dijo Tatiana con calma, casi en voz baja, aunque por dentro temblaba, como si alguien la sacudiera por dentro.
Esas palabras sonaron a desafío. Margarita Ivanovna se enderezó aún más, si es que eso era posible.
“¿Qué complicaciones hay? Un simple poder notarial.” Entiendes que debes actuar con rapidez. Una herencia es una responsabilidad. Y la responsabilidad no es broma.
El notario asintió levemente, confirmando la formalidad de la frase. Pero Tatiana notó una sutil contracción en las comisuras de sus labios, como si presenciara escenas así a diario y supiera cómo solían terminar.
Hace tres semanas, la abuela de Tatiana, Vera Nikolaevna, falleció. Su muerte llegó silenciosa, como la profundidad de la noche: inadvertida, pero irreversible. La anciana falleció mientras dormía, dejando atrás no solo el vacío y el olor a sus pasteles favoritos en su antiguo apartamento, sino también una herencia: un pequeño apartamento de dos habitaciones en el centro de la ciudad y los ahorros acumulados durante años. Para algunos, es solo una propiedad. Para Tatiana, es un símbolo de la vida de quien fue su único apoyo.
Su abuela siempre decía: «Lo principal es ser independiente. La vida favorece a quienes pueden mantenerse erguidos». Tatiana nunca olvidó esas palabras. Sobre todo ahora, cuando sentía que intentaban doblegarla.